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Hoy hablaremos de un hecho que definió, de alguna manera, la Europa de hoy y las relaciones con el Oriente Próximo. Hoy hablaremos de las colonizaciones helenísticas. Dentro hilo.

Una de las características del mundo heleno durante los siglos III y II a. C. en el Oriente Próximo son los movimientos de población.

Cientos de miles de griegos se aventuraron a poblar los nuevos reinos que habían formado los sucesores de Alejandro, los diádocos, en el antiguo territorio aqueménida. Estos movimientos de personas son lo que se denominó como las colonizaciones helenísticas.

Los siglos III y II a. C., en el Mediterráneo oriental, se caracterizan por la fragmentación y parcelación de un imperio.

El imperio que Alejandro Magno había formado en sus 10 años de conquistas, que, tras la muerte de este sin dejar un sucesor claro, sus generales, conocidos como los diádocos o sucesores, se repartieron.

Estos nuevos reinos helenísticos en las antiguas tierras del imperio aqueménida hicieron que la cultura griega se expandiera por todos los territorios del Oriente Próximo, fusionando culturas y creando el germen de lo que hoy es la cultura occidental.

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En esta época se pueden destacar tres periodos. En un primer momento reinaba el caos y la incertidumbre.

Aparte de los reinos de Tracia, Macedonia y Pérgamo (todos en territorios históricamente griegos), se forman dos reinos en territorios nuevos: el Imperio Ptolemaico en Egipto y el Imperio Seleúcida en la antigua Babilonia.

En este primer periodo de incertidumbre, las fronteras del área de influencia de cada general no eran claras y fluctuaban constantemente.

Los ptolomeos en Egipto, los seléucidas en Asia y los antigónidas en Macedonia estabilizan su control y entran en conflictos de manera regular entre ellos, aunque manteniendo un equilibrio de poderes.

Es decir, si uno de los reinos buscaba romper el balance de poder existente, los otros trataban de evitarlo. Después de esta primera época, llega en el siglo III a. C. un periodo de crisis y estancamiento.

Esta crisis se consuma en el siglo II a. C. con la irrupción de Roma en el Mediterráneo oriental, propiciando la pérdida de hegemonía helenística y la caída consecutiva de los herederos de Alejandro, a favor de Roma.

El Egipto ptolemaico y el Imperio Seleúcida toman una posición de hegemonía económica y militar y son los grandes ejes de la política en el Mediterráneo oriental.

Este poderío económico hace que sean estos territorios los grandes receptores de colonos griegos, con la promesa de mejores perspectivas de vida.

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Ptolomeo I Sóter (El Salvador) y sus sucesores gobiernan su reino manteniendo a grandes rasgos la administración milenaria de Egipto.

Esto permitió una estabilidad que favoreció su crecimiento económico y atrajo una gran cantidad de pensadores que viajaban a Alejandría desde toda Grecia para formarse.

Su gran símbolo fue la gran biblioteca de Alejandría. Egipto, además, era el granero del Mediterráneo y jugaba un papel importante como centro de expedición de alimentos, papel que se mantuvo con la dinastía ptolemaica.

A esto se suma el interés de la nueva monarquía por el comercio marítimo, tanto por el mar Mediterráneo como por el Océano Índico.

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Por otra parte, el Imperio Seléucida se extendió por un vasto territorio. En su máxima extensión, abarcaba territorios desde Asia Menor hasta el Indo, pasando por Mesopotamia, Siria y parte de Asia Central.

Los seléucidas nunca pudieron construir un estado estable y centralizado, sobre todo por la amplitud de su territorio y la gran variedad de gentes y culturas que se encontraban en sus fronteras.

En vez de tener un estado centralizado, se crean núcleos de población griegos por toda Asia, que actuaban como focos del poder central y buscaban ganarse el favor de las aristocracias locales.

A pesar de todo, el imperio seléucida sufrió grandes conflictos internos que provocaron un constante ciclo de guerras y crisis. Algunas de esas ciudades, como Pérgamo, terminan por aliarse con potencias extranjeras como Roma para ganar su independencia.

Esta situación nos muestra dos imperios distintos: el ptolemaico, longevo y estable, frente a un seléucida volátil y con guerras civiles y externas casi constantes.

Las colonizaciones llevadas a cabo por las monarquías helenísticas tienen dos antecedentes clave: la tradición colonizadora griega y las nuevas ciudades fundadas por Alejandro. La colonización griega comenzó en el periodo arcaico.

Se enfocaba inicialmente en la explotación de recursos, como ocurrió en Pitecusas, fundada por colonos griegos de Eubea en el siglo VII a. C. La expansión se centraba en el sur de Italia (Magna Grecia) pero luego se desplazó al mar Negro y al Mediterráneo occidental.

Este proceso estaba impulsado por la necesidad de recursos agrícolas y, a menudo, los colonos se veían forzados a emigrar debido a la sobreexplotación y conflictos internos.

Por otro lado, las fundaciones de Alejandro Magno, que se convirtieron en el modelo a seguir por sus sucesores, tenían principalmente un propósito estratégico. Estas ciudades se establecían para controlar las rutas de comunicación y difundir la cultura griega en Asia.

Algunas de esas ciudades, como Alejandría en Egipto, también tenían funciones comerciales. La población de esas ciudades consistía en una mezcla de soldados griegos y macedonios, veteranos y habitantes locales.

A menudo la población local era obligada a trasladarse a estas poblaciones, facilitando su administración y control. El número de fundaciones atribuidas a Alejandro es incierto, ya que muchas ciudades fueron refundadas, y algunas posteriores se le atribuyeron erróneamente.

A pesar de los esfuerzos de los colonizadores, muchos soldados veteranos, especialmente griegos, nunca se sintieron cómodos en Asia y prefirieron regresar a Europa.

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Los colonos helenísticos provenían principalmente de la Grecia continental, especialmente Macedonia, y también de regiones ligeramente helenizadas como Iliria y otras partes de los Balcanes.

El ejército, compuesto por macedonios y griegos, actuó como una herramienta clave para la helenización de estas nuevas tierras. Los colonos tenían un origen socioeconómico muy variado.

En la cúspide se encontraban los nobles y los políticos exiliados, así como altos cargos del ejército, artistas y pensadores. El grueso de los emigrantes eran soldados, seguidos de profesionales liberales como médicos y mercaderes.

Además, existía un grupo numeroso de personas sin especialización que buscaban nuevas oportunidades en estos nuevos asentamientos. Los aristócratas y personajes ilustres solían ser invitados por las dinastías a establecerse en las capitales.

En el Imperio Seléucida, las colonizaciones fueron controladas directamente por la monarquía, que organizó grandes fundaciones con grupos homogéneos, a menudo renombrando ciudades indígenas como griegas.

Los colonos militares, llamados katoikoi, eran campesinos sin tierras que recibían grandes propiedades en Asia, mientras que las fundaciones civiles consistían en la migración de familias enteras de Grecia continental y Asia Menor.

En Egipto, el proceso fue diferente. La dinastía no promovió planes estatales de colonización griega, salvo Alejandría y Ptolemaida. Los colonos civiles eran en su mayoría pequeños grupos que llegaban por iniciativa propia.

Los mercenarios griegos del ejército se asentaban en parcelas agrícolas, pero no conformaban grupos homogéneos.

Ambos territorios, el Egipto Ptolemaico y el Seléucida, ya contaban con una organización territorial previa, lo que condicionó la forma en que las colonias se asentaban. En el imperio seléucida la tierra se dividía en tres categorías principales:

las tierras de los templos, que tenían poco impacto en las organizaciones; “chora basilike”, propiedad del rey y que cubría la mayor parte del territorio y donde se asentaba el ejército y los trabajadores dependientes del rey;

y las tierras de las “poleis”, que eran los territorios de las ciudades, destacando en Asia Menor. La fundación de nuevas ciudades generó conflictos con la población local y las antiguas instituciones de la región.

Aunque las polis helénicas tenían un cierto grado de autonomía, siempre estaban subyugadas al poder real.

En Egipto, la mayoría de las tierras también estaban bajo el control del rey, pero a diferencia del imperio seléucida, las ciudades no tenían un territorio significativo fuera de las áreas urbanas.

Los colonos recibían las tierras reales en calidad de usufructo, pero con el tiempo adquirieron derechos de propiedad hereditaria.

De todas formas, en ambos imperios se ve una estrategia común de las monarquías conquistadoras: asentar colonias griegas para consolidar su poder en las regiones conquistadas, asegurar la lealtad de la población y mantener un suministro constante de soldados al ejército.

Objetivo similar en ambos imperios, como era la integración de los soldados en la vida militar y económica del reino. Las nuevas fundaciones jugaban un papel clave en la expansión de la cultura griega y funcionaban como centro de control monárquico.

La organización urbana se basaba en el plan hipodámico trazado en damero, con calles rectangulares que se cruzaban en ángulos rectos, formando una cuadrícula o rejilla regular, creando manzanas cuadradas o rectangulares.

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Estas ciudades eran el símbolo de la civilización griega en territorios extranjeros, con grandes construcciones, como templos, ágoras y gimnasios. Los asentamientos militares se enfocaban más en la agricultura y la defensa, proporcionando soldados a la monarquía.

La llegada y asentamiento de colonos griegos en los territorios conquistados por Alejandro, particularmente en Egipto y Asia, bajo dominio de las monarquías ptolemaica y seléucida, tuvo un impacto profundo y multifacético en estas regiones.

Este fenómeno histórico afectó no solo a la estructura económica y militar de estos imperios, sino también a sus instituciones políticas, religiosas y dinámicas sociales.

En el ámbito económico, la introducción de colonos griegos generó cambios significativos.

En Egipto, los clerucos (ciudadanos pobres que recibían tierras y estaban sujetos a los deberes militares de la ciudadanía) gozaban de privilegios fiscales en comparación con la población nativa egipcia.

Esto se complementó con la creación de un sistema administrativo y fiscal complejo dominado principalmente por funcionarios griegos. Las nuevas ciudades fundadas, como Alejandría, se convirtieron en importantes centros comerciales, revitalizando la economía de la región.

En el Imperio Seléucida, las nuevas ciudades griegas cumplieron un papel similar, sirviendo como núcleos de explotación económica y recaudación de impuestos.

Militarmente, las colonias griegas desempeñaron un papel crucial. Formaban el núcleo de los ejércitos y constituían una clase guerrera estable y dependiente del rey.

En el imperio seléucida, los colonos militares (katoikoi) no solo proporcionaban tropas, sino que también contribuían a la pacificación territorial.

Sin embargo, con el tiempo, se observó una incursión gradual de soldados nativos en los ejércitos, alterando la composición étnica de las fuerzas militares.

Las nuevas ciudades griegas intentaron replicar las estructuras de la Grecia clásica. Mantuvieron instituciones como la boulé (asamblea) y diversas magistraturas, bajo el control de la monarquía.

Se crearon nuevos cargos como el comisario real o epistates, para supervisar las ciudades. Además, las guarniciones militares permanentes servían como un elemento adicional de control, asegurando la lealtad de las ciudades a la corona.

La esfera religiosa también experimentó transformaciones significativas. Si bien los colonos trajeron consigo sus cultos tradicionales, se observó un declive de la adoración a los dioses olímpicos clásicos.

En su lugar, se produjo una interesante hibridación entre las religiones locales y griegas, dando lugar a nuevas deidades como Serapis, una deidad sincrética greco-egipcia.

Ptolomeo I declaró a Serapis patrón de Alejandría y dios oficial de Egipto y Grecia, con el propósito de vincular culturalmente a los dos pueblos.

Quizás el cambio más notable fue el desarrollo del culto al soberano, especialmente en Egipto, donde los monarcas ptolemaicos fueron deificados como lo habían sido los faraones egipcios.

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Todos estos cambios no ocurrieron sin fricción. En Egipto, la diferencia de estatus entre los egipcios y los colonos generó tensiones considerables, culminando en el gran levantamiento egipcio tras la batalla de Rafia.

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En el Imperio Seléucida también existía un descontento latente entre las antiguas élites persas, que se vieron desplazadas por los recién llegados. Los judíos de Palestina fueron particularmente reacios a la presencia griega.

Pero, a pesar de estos desafíos, es importante señalar que también se produjo cierto grado de asimilación entre griegos y nativos. Los matrimonios mixtos se volvieron comunes, y hubo una adopción mutua de costumbres y creencias.

Muchos egipcios adoptaron nombres griegos y se volvieron bilingües, mientras que los griegos a menudo adoptaban deidades y prácticas locales.

Las colonizaciones helenísticas fueron un fenómeno principalmente impulsado por el poder político, buscando establecer una base poblacional griega en territorios conquistados.

Como hemos visto, aunque transformaron las estructuras de poder, no reemplazaron por completo las culturas locales, que mantuvieron sus tradiciones.

La integración entre colonos y nativos varió, con casos como Egipto, donde la cultura local influenció a los colonos.

Se pueden distinguir modelos coloniales diferentes, como el del Imperio Seléucida, que creaba nuevos centros administrativos, y el de Egipto, que aprovechaba sus estructuras preexistentes.

En última instancia, las colonizaciones helenísticas no solo transformaron los territorios conquistados, sino que también redefinieron la propia identidad griega en un mundo cada vez más interconectado.