Hoy hablaremos del arte griego primitivo. Un arte que ha marcó la historia del arte universal. Dentro hilo
El siglo XII a. C. marca el fin de una época y el comienzo de otra. La transición de la edad de bronce a la edad de hierro y el comienzo de la formación de lo que sería la Grecia clásica.
La última de las invasiones europeas, la de los dorios, es la que marca ese momento, que termina con la civilización prehelénica de los últimos siglos del segundo milenio a. C.
Unos tiempos llenos de invasiones, de migraciones y conflictos que definían una Hélade que, en palabras de Tucídides, estaba en estado de emigración.
En lo referente al arte, el periodo geométrico (1000 – 700 a. C.) marca el primer periodo del arte griego, representado principalmente en vasos cerámicos. Obras con un tamaño variable que oscila entre la miniatura, no mayor de una nuez, y la pieza monumental de unos 2 m de altura.
La rica ornamentación prehelénica es reemplazada por un sistema elemental de líneas rectas y onduladas, triángulos y semicírculos. Tras los primeros vasos con líneas rectas curvas, surge el estilo geométrico propio.
Un estilo que parte del Ática y se difunde rápidamente, durante el siglo IX a. C., por toda la cultura griega. Tenemos una abundante muestra de estas obras encontradas en el cementerio de Dípylon (Atenas).
Unas obras se denominaron, por extensión, vasos de Dípylon. Los más antiguos son de estilo negro, con una base recubierta de ese color y una escasa decoración confinada en una franja horizontal de temas rectilíneos.
Más tarde aumenta el número de franjas y se introducen nuevos motivos como el meandro y la cruz gamada.
En la siguiente fase aparecen figuras de animales, primero en hileras o grupos heráldicos, y finalmente, ya en el siglo VIII a. C., figuras humanas. Estas obras alcanzan dimensiones tales que se las utiliza como monumentos fúnebres.
Los ornamentos lineales, trazados con la ayuda de regla y compás, se distribuyen en franjas superpuestas alrededor del vaso.
Uno de los aspectos más notables del estilo geométrico es su rigurosa adherencia a los principios de simetría y repetición, una máxima que se dará en todo el arte griego posterior.
Los frisos, por ejemplo, muestran una incansable reiteración de la misma figura, idéntica en postura y forma. La representación humana, aunque esquemática, logra transmitir escenas complejas como ceremonias fúnebres y batallas navales, reducidas a sus elementos más esenciales.
El hombre geométrico es simple y esquemático, como un muñeco fabricado con cerillas. Las figuras, todas pequeñas, son pura silueta. El dibujo evita contrastes violentos para que las figuras no resalten en demasía, y el fondo amortigua su efecto con ornamentos de relleno.
En la última fase del arte geométrico, hacia el año 700 a. C., las figuras humanas van perdiendo su aspecto ensanchando el pecho, como si deseasen tomar aliento.
El ojo se representa como un círculo claro con un punto oscuro. El pelo de las mujeres se alarga con un efecto que se ha denominado como “pelo eléctrico”. La escultura de la época pertenece al dominio de las artes menores y nos refleja las mismas tendencias estilísticas.
Figuras humanas y animales en bronce, terracota y marfil, muestran una geometrización similar a la encontrada en la cerámica. Destacan sus representaciones de caballos, con una belleza limpia y desnuda de cuerpos tubulares y hocicos en forma de trompeta.
Estas obras, con esas formas abstractas, han cautivado al gusto moderno. El arte geométrico puede parecer demasiado austero en comparación con el arte minoico que le precede, con su elasticidad, riqueza y gracia.
Puede parecer un arte aburrido y sin vida, pero este periodo de experimentación en disciplina formal sentó las bases del posterior dominio de la forma que caracteriza el arte griego clásico.
El arte griego del periodo orientalizante, que abarca principalmente el siglo VII y principios del VI a. C., se caracterizó por la significativa influencia de las culturas del Cercano Oriente, especialmente los fenicios y las civilizaciones de Asia Menor.
Este periodo muestra una transición crucial entre el estilo geométrico y el desarrollo del arte clásico, incorporando nuevos motivos y temas que enriquecieron el repertorio artístico griego. La influencia fenicia jugó un papel fundamental en esta transformación.
Los fenicios, descritos por Homero como excelentes marinos y artesanos, introdujeron en Grecia un arte ecléctico que combinaba elementos egipcios, sirios y asirios.
Los poemas homéricos ofrecen un testimonio de la admiración griega por los objetos de lujo fenicios, como vasos metálicos, escudos y telas, ricamente decorados.
Estas piezas se caracterizaban por motivos como estrellas, flores de loto y papiro, que se convirtieron en elementos recurrentes en el arte griego orientalizante.
Un ejemplo paradigmático de esta influencia es el mítico escudo de Aquiles, descrito en la Ilíada.
Aunque su existencia real es cuestionable, la descripción homérica refleja una combinación de elementos fenicios y griegos, incluyendo escenas celestiales, urbanas, agrícolas y pastorales, dispuestas en franjas concéntricas al estilo oriental.
La arqueología ha corroborado esta influencia, evidenciada especialmente en escudos votivos hallados en la gruta Idaea de Zeus en Creta.
Estos escudos votivos, datados entre los siglos IX y VII a. C., muestran una mezcla de motivos orientales y griegos, como leones asirios, cabras de estilo minoico y esfinges sirias, marcando la asimilación y reinterpretación griega de motivos orientales.
Asia Menor, particularmente Jonia, se convirtió en un importante punto de contacto directo con las culturas orientales. En el ámbito de la cerámica, Corinto emerge como centro de producción durante el periodo orientalizante.
La cerámica corintia, difundida no solo en el mundo griego, desarrolló la técnica de figuras negras y adoptó un rico repertorio de motivos animales y vegetales de inspiración oriental.
El estilo protocorintio, que floreció entre 750 y 640 a. C., se caracterizó por la miniaturización y el detallismo, como se aprecia en el aryballos de Berlín.
La evolución de la cerámica corintia ilustra la progresiva asimilación y transformación de los motivos orientales. Inicialmente los vasos se decoraban con frisos de animales exóticos y motivos florales, pero gradualmente se introducen escenas mitológicas y narrativas más complejas.
El vaso Chigi, de 640 a. C., representa un hito en este desarrollo, mostrando una escena de batalla con un nivel de detalle y organización sin precedentes.
Mientras tanto, en el Egeo oriental, la cerámica rodia desarrolló un estilo altamente decorativo que reflejaba una fuerte influencia oriental caracterizada por el uso de un engobe blanco y una rica ornamentación de motivos florales y animales.
La cerámica rodia ejemplifica la profunda penetración de la estética oriental en el arte griego insular.
A pesar de estas influencias, el arte griego no fue un mero receptor pasivo y existían diferencias significativas entre el enfoque artístico del este y el oeste griegos.
Mientras que el este tendía hacia la decoración y la repetición de motivos, el oeste griego, especialmente Atenas, se inclinaba más hacia la narración y la innovación.
Crearon monstruos mitológicos y desarrollaron técnicas como las figuras negras para servir mejor a sus propósitos narrativos. Este periodo de influencia oriental fue crucial para el desarrollo del arte griego.
La asimilación de motivos, técnicas y temas orientales proporcionó a los artistas griegos un rico repertorio que, combinado con su propio genio creativo, sentó las bases del florecimiento del arte griego clásico.
La cerámica arcaica griega representa una etapa crucial del desarrollo del arte helénico, marcando la transición desde el estilo geométrico hasta formas más sofisticadas de expresión artística.
Este periodo, que abarca aproximadamente desde el siglo VII hasta mediados del siglo VI a. C., se caracterizó por la evolución de las técnicas de pintura sobre cerámica y la introducción de temas narrativos más complejos.
La última fase de la cerámica geométrica dio paso a una nueva técnica de dibujo. Esta fase transitoria culminó con el surgimiento de la técnica de figuras negras, que se convirtió en la expresión pictórica más compleja del arcaísmo helénico.
Esta técnica consiste en pintar figuras oscuras sobre un fondo claro, generalmente rojo, utilizando una arcilla rica en hierro que, al ser sometida al fuego, producía el característico color negro.
Durante este periodo, diversas ciudades griegas desarrollaron sus propios estilos cerámicos. Corinto y Rodas destacan como centros innovadores, mientras que otras localidades como Esparta, Magna Grecia y Mileto también produjeron obras de calidad.
Es ya a finales del siglo VI a. C. cuando Atenas se consolida como la principal productora de cerámica, superando a sus rivales.
El estudio de la cerámica arcaica se ha beneficiado del trabajo de John Davidson Beazley, quien creó un sistema de nomenclatura para identificar a los pintores de vasos, facilitando un mayor conocimiento de la dinámica griega y los estilos personales de los artistas.
La cerámica de figuras negras evolucionó a lo largo del siglo VII y principios del siglo VI a. C. Los primeros ejemplos, como el ánfora de Nueva York (700 a. C.), combinan dibujo a línea y siluetas, con temas mitológicos y frisos de animales, aunque reflejan la moda contemporánea.
Un hito clave fue la obra del pintor de Neso, que a finales del siglo VII a. C. perfeccionó la técnica al eliminar los dibujos a línea, sentando las bases para obras más monumentales.
Esto preparó el terreno para artistas como Sophilos o Klitias, cuyo vaso François (570 a. C.) es una obra maestra que ilustra escenas mitológicas con más de 100 miniaturas.
A partir de entonces surgieron dos estilos paralelos en cerámica ática: el minimalista y el monumental, desarrollados por artistas como el pintor de la Acrópolis, Nearchos y Lydos.
Entre los pintores más destacados de la segunda mitad del siglo VI a. C. están el pintor Amasis, innovador en la representación de escenas dionisíacas.
Exequias, maestro de la técnica de figuras negras, alcanzó la máxima expresión del estilo con obras como el ánfora del Vaticano y la copa de Múnich.
La cerámica arcaica no solo representaba avances técnicos y estilísticos, sino que también ofrece una ventana a la mitología y a la vida cotidiana de la antigua Grecia, sentando las bases para futuro desarrollo en la pintura y la escultura.
La cerámica ática de figuras rojas, surgida alrededor del 530 a. C., fue una revolución en el arte griego, evolucionando de las técnicas de figuras negras e invirtiendo el esquema cromático anterior, permitiendo a los artistas una mayor expresividad y detalle.
En lugar de pintar figuras negras en fondo rojo, las figuras conservaban el color rojo natural de la arcilla sobre un fondo pintado en negro.
Esta innovación permitió un mayor naturalismo, reemplazando las incisiones con líneas de color para los detalles, facilitando la representación de figuras y posturas más complejas.
Esta nueva técnica se convirtió en la dominante, aunque cierto es que nunca llegó a eliminar por completo a su antecesora.
La técnica de figuras rojas permitió un mayor grado de detalle. Kimón de Kleonai introduce los “catagrapha” o perfiles oblicuos, permitiendo mayor detalle anatómico y rompiendo con la ley de la frontalidad.
El periodo de transición (530-520 a. C.) vio surgir talleres como el de Andókides, donde probablemente nació esta técnica de figuras rojas. Se crean también vasos “bilingües” que combinaban las técnicas de figuras rojas y figuras negras, con una técnica en cada lado del vaso.
En el primer periodo (520-500 a. C.) artistas como Oltos, Euphronios y Euthymides exploraron el movimiento humano en escenas de palestra y rituales dionisíacos. Euphronios destacó por su estilo monumental y precisión anatómica, mientras que Euthymides sobresalió en los escorzos.
El segundo periodo (500-470 a. C.) vio la especialización de artistas en copas (kylix), como el pintor de Panaitios, conocido por sus figuras de cabeza grande en movimientos dinámicos; Douris, maestro en la creación de grandes conjuntos decorativos y figuras esbeltas y elegantes;
el pintor de Brygos, reconocido por su fino sentido de la composición y la representación de escenas violentas; y Makron, que sobresalía en el dibujo de pliegues de vestidos femeninos y escenas amorosas.
Entre los pintores de vasos grandes destacaron el pintor de Kleophrades, conocido por su estilo monumental y su capacidad para reflejar emociones, y el pintor de Berlín, que se distinguió por sus figuras alargadas y su habilidad para crear sensación de volumen y espacio.
Estos artistas exploraron una amplia gama de temas mitológicos y de la vida cotidiana.
La cerámica de figuras rojas reflejó no solo avances técnicos, sino cambios culturales en la sociedad griega, con una mayor atención al individuo en el contexto del desarrollo de la democracia ateniense.
Las inscripciones “kalos”, que elogiaban la belleza, muestran las costumbres sociales de la época. En conclusión, esta técnica marcó un hito crucial en la historia del arte griego, abriendo camino a un mayor naturalismo y expresividad en la pintura.