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Hoy hablaremos del arte griego en su última etapa, la época helenística. Una época en la que el arte griego llegó a su máximo esplendor. Dentro hilo.

La época helenística comprende los tres siglos que transcurren entre la muerte de Alejandro en el 323 a. C. y la muerte de Cleopatra en el 31 a. C., y el principado de Augusto.

Comienza con la consolidación de las monarquías fundadas por los oficiales de Alejandro: los Ptolomeos en Egipto, los Seléucidas en Siria, los Antigónidas en Macedonia, los Nicomédidas en Bitinia y los Atálidas en Pérgamo.

Termina con la conversión de todos estos reinos en provincias del Imperio romano. La ciudad-estado, clave en la Grecia arcaica y clásica, pierde poder bajo el paraguas de una entidad superior.

Estos nuevos reinos helenísticos abarcan ahora una extensión mucho mayor y, en ocasiones, incluyen personas de diferentes razas y lenguas. La cultura griega se difunde por Asia y Egipto.

Esta cultura helenística no significa solo cultura de griegos, sino también de extranjeros helenizados que hablan ahora griego, como los judíos cultos del Antiguo Testamento.

El arte y la literatura reciben su más eficaz impulso en las cortes de los nuevos príncipes, así como de los particulares ricos, quienes adornan ahora sus casas con obras de arte. El arte entra en las mansiones privadas.

Atenas pierde su importancia política, pero sigue siendo un centro reconocido de la cultura griega, convirtiéndose en una especie de ciudad universitaria. Además de cuna del arte, lo es de las dos escuelas filosóficas más importantes del helenismo: el estoicismo y el epicureísmo.

A diferencia de otras épocas, del periodo helenístico nos han llegado muchos originales, así como ingentes cantidades de copias. Todos los nobles y gente rica querían una réplica de las obras importantes.

Además, se produce algo curioso: en esta época se logran grandes avances en la técnica, elevando el arte griego al máximo nivel, pero muchos historiadores del arte ignoraron todo lo nuevo creado en el siglo III a. C. y la primera mitad del siglo II a. C.

Para el erudito de entonces, el arte de la escultura termina con los discípulos de Lisipo y no se reanuda hasta el siglo II a. C., en el que, de una vez para siempre, triunfa el clasicismo.

En lo que respecta a la arquitectura, el arte helenístico, en su conjunto, muestra una notable coherencia y un dominio que, pese a las innovaciones, mantiene los principios clásicos.

Primero, la arquitectura helenística se define por su fidelidad a los principios tradicionales griegos, sin embargo, introduce novedades en la aplicación de órdenes arquitectónicos en complejos monumentales de gran escala.

Este nuevo enfoque responde a la necesidad de construir grandes estructuras en un corto plazo, dando lugar a una unidad en el diseño que se percibe en lugares como Pérgamo, Siria y Egipto.

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En Pérgamo, por ejemplo, la arquitectura muestra un estilo más sobrio y “griego” en comparación con Siria y Egipto, aunque en estos últimos predomina la influencia romana.

La extensión geográfica de la cultura helenística se limita en Anatolia a la costa, dejando la gran meseta anatólica sin muchas huellas visibles de helenización.

Por otro lado, en ciudades como Antioquía, fundada por Seleuco Nicátor, se observa una arquitectura helénica opulenta, aunque carente de instituciones culturales destacadas como las de Alejandría o Pérgamo.

Esta última se caracteriza por sus museos y academias, mientras que en Egipto la influencia griega se asienta con mayor firmeza en la arquitectura local, en particular en Alejandría.

Alejandría, diseñada como una ciudad griega con el trazado hipodámico de calles cuadradas y el Serapeion, que reflejan una arquitectura helénica auténtica.

El Faro de Alejandría, construido por Sóstratos de Knidos, representa una innovación significativa, combinando una estructura en tres niveles de forma cuadrada, octogonal y circular, que señala el momento en que la arquitectura griega acepta el concepto oriental de la torre.

Este diseño inspiró a futuras construcciones, como la Torre de los Vientos en Atenas, la cual también muestra una estructura prismática que celebra la verticalidad.

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En cuanto a los órdenes arquitectónicos, el helenismo flexibiliza el estricto orden dórico, permitiendo mayor ligereza y adaptación. Las proporciones cambian, y el diseño es menos rígido, lo que influye considerablemente en la arquitectura romana y renacentista.

Esta época también fomenta una arquitectura más decorativa, donde el orden corintio adquiere popularidad, y surgen adaptaciones notables como el templo de Zeus Olímpico en Atenas, iniciado por Antíoco IV y continuado bajo Adriano.

Otro ejemplo destacado de la arquitectura helenística es el Bouleuterion de Mileto, una estructura compleja y multifuncional con inspiración en el diseño teatral.

En la isla de Kos, el Asklepieion revela cómo los arquitectos helenísticos lograron renovar estructuras antiguas e integrarlas en monumentales conjuntos.

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Este santuario, distribuido en varias terrazas, ofrece una perspectiva que resalta el paisaje circundante, integrando la naturaleza con la arquitectura en un diseño de dimensiones grandiosas.

Finalmente, la disposición espacial en los complejos helenísticos refleja una evolución en el tratamiento del espacio, donde los templos se integran a la arquitectura circundante y no están aislados como en épocas anteriores.

La acrópolis de Pérgamo es un buen ejemplo, con plazas orientadas hacia el valle, creando un diálogo entre la estructura y el paisaje que la rodea.

Esta organización espacial demuestra una madurez arquitectónica que, aunque no llega a la planificación urbana del periodo romano, establece un fundamento para la evolución de la arquitectura y el urbanismo posteriores.

El periodo helenístico en la escultura griega es un tiempo de transición y evolución artística, en el que Atenas, cuna de los grandes escultores como Praxíteles y Skopas, continúa siendo un centro de referencia y reverencia para los nuevos monarcas de las regiones helenísticas.

Este periodo se caracteriza por una expansión de estilos y técnicas a lo largo del Mediterráneo, donde distintas ciudades comienzan a desarrollar sus propios enfoques, como Sicione, que sigue los métodos de bronce desarrollados en el taller de Lisipo.

Las obras de estos talleres se distribuyen ampliamente, reflejando un cambio hacia una estética que busca expresar tanto lo solemne como lo emocional.

En la primera mitad del siglo III a.C., las esculturas atenienses muestran un estilo sencillo y sobrio, centrado en figuras serenas y en poses reposadas, como se ve en la “Temis de Rhamnous” o en los retratos de figuras políticas como Esquines y Demóstenes.

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A su vez, el movimiento y la torsión de las figuras cobran importancia, destacando el giro en espiral como una característica distintiva, observable en obras como la “Ménade danzante” de Berlín y el “Sátiro Borghese”.

La escultura de Demóstenes, realizada en 280 a.C. por Polyeuktos, es una pieza de profunda carga psicológica.

En ella, el cuerpo flaco del orador es envuelto por un himation rígido, mostrando una figura atormentada, con una postura que refleja la tensión y las sombras de sus pensamientos.

Este retrato, junto a los de otros artistas como Eubulides y los hijos de Praxiteles, revela una sofisticación en el arte del retrato que llega a una “época clásica” propia, donde los escultores exploran el realismo emocional sin abandonar el rigor clásico.

El helenismo también introduce innovaciones estéticas en la representación de deidades y figuras humanas. Un ejemplo sobresaliente es la “Afrodita agachada” de Doidalsas de Bitinia, cuyo encargo provino del rey Nikomedes de Bitinia.

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La obra, famosa por su composición piramidal y su belleza, posee influencias orientales en las proporciones opulentas de la diosa. Estas características exóticas impresionaron a críticos como Prosper Mérimée, quien comparó la Afrodita con desnudos de Rubens.

La escultura helenística explora múltiples corrientes, desde lo grandilocuente y patético, que se manifiesta en el “barroco helenístico”, hasta lo más sutil y decorativo, llamado a menudo el “rococó antiguo”.

Este último estilo está marcado por figuras femeninas delicadas, sátiros en escenas alegres y niños representados en poses naturales y llenas de encanto, como en la figura del niño con la oca de Boethos.

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Estas esculturas revelan una nueva sensibilidad hacia el realismo infantil, en contraste con las representaciones idealizadas y rígidas del periodo clásico.

El helenismo también se adentra en representaciones de figuras humanas envejecidas, como el “Pescador” del Palazzo dei Conservatori y la “Vieja borracha” de Mirón de Pérgamo.

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Estas obras llevan el arte griego a explorar lo grotesco y lo impúdico, una dirección antes no vista en su historia.

Sin embargo, incluso en este contexto, la habilidad para capturar la belleza en medio de lo inusual se mantiene, como lo demuestra el “Hermafrodita dormido”, una obra de admirable gracia y equilibrio entre la forma clásica y el realismo.

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El periodo helenístico es un momento de exploración y diversidad estética. La escultura en este tiempo refleja la expansión cultural y las tensiones de una Grecia influenciada por diversas culturas y pensamientos.

La amplitud de estilos y temas, desde lo sublime hasta lo cotidiano y de lo idealizado a lo más crudo, muestra cómo el arte helenístico rompe las fronteras de la tradición clásica para abrazar la complejidad de la condición humana en todas sus facetas.

El auge de la ciudad helenística de Pérgamo se debe a Philetairos, un oficial bitinio que, a principios del siglo III a. C., logra consolidar un próspero reino independiente a partir de una audaz maniobra estratégica.

Encargado de defender una fortaleza y un tesoro de 900 talentos, Philetairos se alía astutamente con Seleuco para asegurar la independencia de la ciudad.

Con esta base, se establece una dinastía que Eumenes I y Átalo I fortalecen mediante una defensa enérgica contra los Seléucidas y los gálatas, invasores celtas de Asia Menor.

Pérgamo florece no solo como una potencia política, sino también como un centro cultural que rivaliza con Alejandría. Su gran biblioteca y museo, junto con una corte de sabios y artistas, le otorgan un papel único en la época helenística.

La ciudad se erige como un heredero del arte ático, especialmente en su escuela de escultura que, entre el 250 y el 200 a. C., enfatiza lo patético y lo heroico.

Esta primera fase se plasma en las famosas estatuas de gálatas, destacando el Galo Capitolino y el Galo Ludovisi.

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Estas representaciones capturan la nobleza trágica de estos guerreros bárbaros en sus momentos finales y transmiten un realismo anatómico que invita a observar cada ángulo para comprender la escena en su totalidad.

Estos trabajos, probablemente obra de Epigonos, consolidan a la escuela pergamena como una de las más importantes de su tiempo.

El reinado de Eumenes II marca el apogeo de Pérgamo, que despliega su fase barroca y su máxima expansión territorial.

Entre 180 y 160 a. C., se construye el gran altar dedicado a Zeus y Atenea, decorado con relieves monumentales que representan la lucha entre dioses y gigantes, una obra que expone el dramático esplendor de la escuela pergamena.

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Los relieves, repartidos en diferentes lados del altar según las deidades y sus rivales, alcanzan una expresividad sin precedentes, llenos de movimiento y tensión en la representación del enfrentamiento cósmico.

Aquí, los dioses son figuras clásicas que mantienen la gracia de la tradición, mientras que los gigantes se presentan como seres salvajes, mitad humanos y mitad criaturas mitológicas, lo que demuestra la innovación de la escultura helenística en Pérgamo.

Internamente, el altar presenta un friso secundario que narra la historia de Telephos, fundador mítico de Pérgamo, en un estilo más narrativo y que adelanta elementos que influirán en el arte romano.

Asimismo, Pérgamo desarrolla un interés en copiar grandes esculturas clásicas, una práctica que sienta las bases para el arte mimético del período romano.

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La réplica de la Atenea Partenos de Fidias, aunque no exacta, refleja la reverencia por el arte clásico que caracterizará el arte de Pérgamo.

Pérgamo se destaca por su capacidad de integrar y transformar elementos artísticos y culturales, combinando el clasicismo con una expresividad barroca que capta las emociones humanas en sus más profundos matices.

Su legado perdura en la historia como un exponente crucial de la escultura helenística, donde el drama, la innovación y el respeto por la tradición se entrelazan para crear un arte que, aún hoy, continúa fascinando por su riqueza y complejidad estética.

En el proceso de consolidación de Egipto como un poder helenístico, Alejandro Magno fundó Alejandría en la desembocadura del Nilo, y esta ciudad se convirtió rápidamente en el epicentro del Egipto helenístico y en un destacado centro comercial del Mediterráneo.

Ptolomeo Soter buscaba legitimar su gobierno y vincularlo a una identidad helénica.

Ptolomeo decidió que Egipto debía tener una capital griega que no sólo cumpliera funciones políticas, sino también representara el arte y la cultura griegas, algo que no se lograba ni en Menfis ni en Tebas.

Así, Alejandría, fundada por Alejandro y vista como una ciudad griega en esencia, asumió el rol de capital egipcia.

Alejandría no sólo fue un centro económico y político, sino también artístico y científico.

Sin embargo, su producción escultórica, en lugar de imponerse como un estilo dominante del helenismo, coexistió como un estilo regional entre otros importantes del Mediterráneo, sin llegar a la monumentalidad de otros centros helenísticos.

La escultura alejandrina reflejaba una mezcla entre las técnicas griegas y egipcias, aunque no siempre con éxito, y se caracterizaba por la representación de escenas de la vida cotidiana, figuras callejeras y tipos populares, además de un enfoque académico y alegórico.

La escasez de mármol en Egipto obligó a que los escultores recurrieran al bronce, la arcilla y otras piedras de colores, limitando las representaciones en mármol.

Los temas religiosos reflejan una adaptación helenística de los dioses egipcios. Deidades como Serapis, Isis y Horus fueron reinterpretadas en términos griegos, aunque manteniendo algunos elementos locales. Este sincretismo alcanzó popularidad en todo el mundo romano.

Alejandría también impulsó un estilo de representación individualista, enfatizando las figuras y expresiones realistas y anecdóticas, destacando figuras como Afrodita en actitudes cotidianas.

Sin embargo, los artistas alejandrinos parecieron evitar la competencia con la escultura faraónica monumental, y en cambio desarrollaron una escultura con escenas de la vida común y personajes de bajo estatus social, cuya elegancia sencilla a veces rozaba lo decadente.

El espíritu intelectual de la ciudad se reflejó en esculturas alegóricas, como el famoso relieve de la “Apoteosis de Homero”, donde se simbolizan las artes y la cultura literaria, lo que muestra la importancia de Alejandría en la promoción del conocimiento.

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La representación del Nilo como un anciano barbudo con el cuerno de la abundancia destaca la importancia del río para Egipto.

La isla de Rodas alcanzó una notable independencia cultural y artística tras liberarse del dominio persa en tiempos de Alejandro Magno.

Gracias a su resistencia frente a los Diádocos, Rodas no solo defendió su libertad, sino que estableció un pequeño imperio que incluyó territorios en la costa asiática.

Durante este periodo de prosperidad, surgió una escuela escultórica destacada, influenciada inicialmente por Lisipo, quien realizó para Rodas una cuadriga de Helios y cuyo discípulo, Chares de Lindos, erigió el famoso Coloso de Rodas, una de las Siete Maravillas del Mundo.

Rodas también se convirtió en uno de los principales centros de la escultura barroca. Entre sus creaciones se destaca la Nike de Samotracia, atribuida a Pithókritos de Rodas, cuya postura dinámica y los finos detalles del manto esculpido evocan el movimiento del viento.

Esta obra, hoy en el Louvre, es un símbolo de la expresividad y maestría técnica de los escultores de Rodas.

Además, en el siglo II a. C., en Rodas nació un tipo escultórico que representaba la figura femenina en el estilo Pudicitia.

Este tipo de estatua, caracterizado por un manto que cubre la cabeza y envuelve los brazos, enfatiza la elegancia y nobleza de la figura femenina. Se cree que Athenodoros I pudo haber sido su creador.

Hacia el final del periodo helenístico, se realizaron en Rodas dos grandes grupos escultóricos: el “Castigo de Dirce”, creado por Apollonios y Tauriskos, y el “Laocoonte”, obra de Agesandros, Polydoros y Athenodoros.

El “Laocoonte”, notable por su dramatismo y patetismo, representa a un sacerdote y sus hijos atacados por serpientes y refleja tanto el naturalismo exagerado como el estilo neoclásico de la época.

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Esta escultura, destinada a Roma y comparable en su expresión trágica a los frisos de Pérgamo, es un testimonio del arte helenístico tardío, caracterizado por su complejidad emocional y detallismo.

El arte helenístico representa uno de los períodos más fecundos y transformadores en la historia del arte antiguo.

A través de centros culturales como Pérgamo, Alejandría y Rodas, el lenguaje artístico griego no solo se expandió geográficamente, sino que evolucionó hacia nuevas formas de expresión que trascendieron los límites del clasicismo tradicional.

La arquitectura, con sus innovaciones en escala y diseño espacial, y la escultura, con su exploración del pathos y el realismo, reflejan una época de extraordinaria creatividad y experimentación.

Este período sentó las bases para desarrollos artísticos posteriores, especialmente en el arte romano, y su influencia se extendió mucho más allá de sus fronteras temporales, llegando incluso hasta el Renacimiento.

El legado del arte helenístico perdura como testimonio de un momento histórico en que el diálogo entre tradición e innovación, entre lo local y lo universal, produjo algunas de las obras más significativas y emotivas del arte occidental.