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Hoy hablaremos de un hombre de negocios del siglo XIX. Un hombre cuyo nombre está ligado con la búsqueda de Troya. Hoy hablaremos de Heinrich Schliemann.

Schliemann nace en 1822 en el seno de una familia humilde. Su padre era un pastor protestante que maltrataba a su madre, la cual muere cuando Heinrich tenía solo nueve años, a consecuencia de su noveno parto.

Su infancia fue complicada y empezó a trabajar desde muy joven como aprendiz en una tienda. Terminó trabajando en varias tiendas y en distintos oficios y por diversos países, amasando una fortuna importante.

Con 22 años domina siete idiomas, se casa con una aristócrata rusa con la que tuvo tres hijos. Su fortuna creció vendiendo índigo, té, café y azúcar.

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Se termina trasladando a California, donde trabajó como banquero e intermediario. Durante la fiebre del oro de California (1851-1852) compraba barato el polvo de oro y lo revendía caro.

Según se contaba, trucaba los pesos para incrementar sus ganancias, puede ser que fuese por esto por lo que tuvo que abandonar California, adelantándose a la acción de la ley sobre esto, y se muda a Sacramento.

Solicita la ciudadanía estadounidense y, tras una serie de triquiñuelas, la termina consiguiendo, se traslada a Indiana y se divorcia de su mujer.

Durante toda su vida Schliemann escribió diarios, narra todos los episodios de su vida. De todas formas, estas narraciones no son muy de fiar.

Por ejemplo, dice haber presenciado el gran incendio de San Francisco en 1851, aunque, en el momento que se produce el incendio (mayo) él estaba en Sacramento y no en San Francisco.

Estudios posteriores demuestran que Schliemann se limitó a copiar en su diario casi palabra por palabra, un relato periodístico de un diario local. Es por esto que todos los datos de su biografía están un poco en entredicho entre la realidad y la invención.

Sea como fuere, Heinrich era millonario, un hombre hecho a sí mismo que había basado su fortuna por diferentes medios, algunos menos lícitos que otros, como el comercio de armas, provisiones y acero, aprovechando el bloqueo provocado por la guerra de Crimea.

Aparte de sus negocios, Schliemann tenía una pasión, la guerra de Troya.

Según cuenta en su biografía, cuando tenía siete años, contempló un grabado de madera en el que Eneas huye de una Troya en llamas con su anciano padre a las espaldas y su hijo pequeño agarrado de la mano.

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En ese momento, le dijo a su padre que dicha historia tenía que haber existido en realidad, ya que, de lo contrario, el artista no habría sabido hacer ese grabado (siguiendo el razonamiento de un niño de siete años).

Informó a su padre que cuando creciera encontraría Troya.

Está claro que esta historia autobiográfica es probable que nunca ocurriera ya que, a pesar de que Schliemann la contaba frecuentemente, no aparece en ninguno de sus diarios privados anteriores al descubrimiento de Troya.

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Todo parece una invención, pero es un ejemplo de la pasión que tenía por Troya.

Hay que recordar una cosa. En aquella época no estaba clara la existencia real de Troya. La opinión general era que la ciudad y la guerra estaban dentro de la esfera del mito y Troya no había existido realmente.

Ya con su gran fortuna, Schliemann había comenzado a dedicar su vida a encontrar el emplazamiento de la antigua Troya, y demostrar que la guerra de Troya había sido una realidad.

En 1868 visita Ítaca y posteriormente Micenas, donde realiza una serie de excavaciones y descubre, los que según él es la máscara funeraria de Agamenón.

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Estudios posteriores han demostrado que la máscara podría datar de entre 1550 y 1500 a. C. (unos 300 años anterior a la guerra de Troya). De todas formas, esta máscara es uno de los objetos arqueológicas más famosos del mundo.

Emprende después su viaje a Turquía, en donde otras personas como él, obsesionadas por encontrar el emplazamiento de Troya, estaban trabajando.

Es allí donde conoce a Frank Calvert, vicecónsul americano en Turquía, con el que entabla una gran amistad.

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Calvert estaba convencido de que había descubierto Troya y había comprado un antiguo yacimiento (un montículo llamado Hisarlik) y ya había comenzado a excavar.

Pero Calvert no disponía de los recursos económicos suficientes, recursos que Schliemann sí que disponía. Calvert ofrece a Schliemann aliarse, cosa que este acepta de buen grado. Uno tenía el yacimiento, pero sin dinero y el otro, el dinero, pero sin el yacimiento.

Mientras tanto Schliemann se casa en Atenas con Sofía Engastromenos, una joven de 16 años, sobrina de un amigo sacerdote que había conocido en San Petersburgo. Heinrich tenía 46 años. Años más tarde tuvieron dos hijos a los que llamaron Andrómaca y Agamenón.

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En 1870 comienza a excavar en Hisarlik, antes incluso de recibir el permiso de las autoridades turcas. Realiza varias excavaciones en el montículo, pero es en 1872 cuando se produce la más audaz excavación. Corta una enorme zanja que atraviesa justo el centro de la colina.

Schliemann hace que sus hombres excaven lo más rápido posible, ya que pensaba que una ciudad con más de 3000 años tendría que estar a una gran profundidad.

Analizando la zanja descubre que en el montículo no había restos de una ciudad sino de varias, de seis o quizás siete ciudades construidas una sobre los restos de las otras.

Hoy, un siglo después de las excavaciones de Schliemann, sabemos que hay nueve ciudades en total, con subfases adicionales y remodelaciones pertenecientes a cada una de ellas.

Una de las capas se corresponde con una ciudad que había sido quemada, y Schliemann estaba convencido de que esa “ciudad quemada”, que correspondía a la tercera capa y que hoy se conoce como Troya II, era la Troya de Príamo.

La Troya de la guerra de Troya relatada por Homero. La ciudad que tardó 10 años en ser conquistada por ejércitos micénicos.

En 1873, Schliemann descubrió una serie de objetos de oro que asegura que pertenecieron al mismísimo rey de Troya, Príamo, durante el asedio de la ciudad en la guerra.

Según la narración del propio Schliemann, estaba paseando por la excavación, y advirtió que uno de sus hombres había desenterrado un objeto de bronce de gran tamaño.

Hizo que los hombres se fueran a almorzar y él mismo, junto con su esposa Sofía, desenterró el tesoro. Después, y tras un rápido inventario, empaqueta los objetos en cajas y las hace salir de Turquía.

Ya en Grecia, Schliemann adorna a su esposa con parte de las joyas del tesoro y le toma una fotografía antes de anunciar al mundo que había encontrado el tesoro de Príamo.

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Ya sabemos que la palabra de Schliemann no es muy de fiar. Hay muchas falsedades en el relato, como he dicho que Sofía ni siquiera se encontraba en Troya el día en el que Schliemann dice haber encontrado el tesoro.

Este tesoro se ha estudiado en numerosas investigaciones académicas. Está muy claro que no puede tratarse del tesoro de Príamo.

Schliemann identificó su hallazgo en la “ciudad quemada” (Troya II) y ya sabemos que data del siglo 2300 a. C. (unos 1000 años antes de la guerra de Troya). Incluso hay dudas de que Schliemann encontrara todos esos objetos en Troya.

Lo más probable es que los encontrara durante toda su campaña de excavación por todo el yacimiento y los guardara para anunciarlos todos juntos.

Curiosamente si Schliemann no hubiera hecho lo que hizo, los objetos que hoy conocemos como el “tesoro de Príamo” de Schliemann no habrían conservado ni el interés ni el valor que poseen hoy en día.

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Su anuncio trajo la atención del mundo a su yacimiento, avalando su pretensión de haber descubierto Troya.

Después, Schliemann llevó su tesoro a Alemania, donde fue expuesto en el museo de Berlín. Al final de la Segunda Guerra Mundial el tesoro desaparece durante 50 años.

A comienzos de la década de los 90, el gobierno ruso admitió que el tesoro se lo había llevado a Moscú en 1945, como parte de las reparaciones de guerra que ellos consideraban oportunas. Hoy se expone en el museo de Pushkin.

Schliemann terminó admitiendo que Troya II era, en efecto, 1000 años anterior, y es más probable que fueran la Troya VI o la Troya VII, las que pertenecen a la época de la guerra de Troya.

Llegó a esta conclusión al descubrir el mismo tipo de cerámica micénica en Micenas y Tirinto, así como en Troya VI y VII.

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Además, Schliemann no se había dado cuenta de que, después de los tiempos de la guerra de Troya (civilización micénica), los griegos y romanos habían rasurado la zona alta de la colina para construir templos y otras estructuras.

Como resultado, la Troya de Príamo estaba mucho más cerca de la superficie moderna de lo que él había sospechado.

Schliemann estaba iniciando los preparativos para una nueva campaña en el yacimiento, pero, el día de Navidad de 1890, cuando Schliemann se encontraba en Nápoles, se desploma en la calle. Falleció el día siguiente.

Su cuerpo fue enviado a Atenas, donde fue enterrado en una tumba sobre la que se construyó un monumento con forma de pequeño templo griego.

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También, además de escenas relativas a la guerra de Troya, se pueden ver en la tumba una imagen del propio Schliemann con una copia de la Ilíada.

Tras su muerte, Wilhelm Dörpfeld, su arquitecto, continúa con las excavaciones financiadas en parte por la viuda de Schliemann, Sofía. Dörpfeld estaba convencido de que Troya VI era la Troya de Príamo.

Una ciudad que tras varios cientos de años de ocupación ininterrumpida había sido quemada hasta sus cimientos. Pensaba que esto ponía fin al debate, publicando un libro “Troja and Ilion” en 1902, en el que se puede leer lo siguiente:

“La larga disputa sobre la existencia de Troya y sobre su emplazamiento ha llegado a su fin. Los troyanos han triunfado y se ha hecho justicia a Schliemann.”

Tres décadas después Carl Blegen comenzó su excavación en el montículo y discrepó de las conclusiones de Dörpfeld.

Blegen estaba de acuerdo en muchas cosas, pero no en que la ciudad hubiese sido quemada, sino que fue destruida por causas naturales como un terremoto.

Estudios posteriores relacionan el terremoto con la caída de Troya, argumentando que los griegos podían haber aprovechado el terremoto para atacar Troya y atravesar las murallas de la ciudad.

Incluso el terremoto podía estar presente en los relatos mitológicos. Hay quien propone que el caballo de Troya no fue un ingenio bélico, sino una metáfora poética de un terremoto. Poseidón es el dios de los terremotos y era representado generalmente por un caballo.

Según los antiguos griegos, las pisadas de los cascos de los caballos que tiraban del carro del dios generaban un sonido similar al de las olas rompiendo, y es un sonido similar al sonido que acompaña a un terremoto.

Las excavaciones han continuado hasta nuestros días, manteniendo viva la guerra de Troya y la pasión de Schliemann, una persona controvertida, con sus luces y sombras, pero siempre ligado a la ciudad de Troya.