Estamos en plenos Juegos Olímpicos. Hoy hablaremos de los Juegos Olímpicos en la antigua Grecia. Dentro hilo.
Los Juegos Olímpicos surgieron en Olimpia, un santuario junto al pequeño poblado de Eleia, o Élide, a 300 km de Atenas, en el 776 a. C. Se realizaron de manera ininterrumpida durante más de un milenio.
Tras la implantación del cristianismo como religión oficial en Roma, todos los eventos religiosos paganos fueron prohibidos y los Juegos Olímpicos terminaron, hasta su reinicio en 1904, cuando arrancaron los Juegos Olímpicos modernos.
Los antiguos Juegos Olímpicos se insertaban dentro de una serie de eventos religiosos que se realizaban en toda la antigua Grecia.
Las competiciones deportivas eran parte del culto religioso y se celebraban en los portales y las cercanías de los templos, con los dioses como espectadores principales. También era habitual realizar pruebas atléticas como parte de los funerales de personas ilustres.
Esto se puede ver ya en la Ilíada, en donde se celebran unos juegos en honor a Patroclo, a la muerte de este, en el canto XXIII.
Hay una gran variedad de mitos que tratan de explicar los orígenes divinos de los juegos. La leyenda más extendida sobre los orígenes de los Juegos Olímpicos viene de la mano del mito de Pélope. Pélope, hijo de Tántalo, se había enamorado de Hipodamia, hija del rey Enómao.
Para casarse con ella, debía ganar una carrera de carros contra el mismo rey. Pélope pidió ayuda a los dioses para vencer. Sobornó a Mírtilo, hijo del dios Hermes y auriga del rey. Pélope le prometió la mitad del reino y la primera noche con Hipodamia si lo ayudaba a vencer.
Mírtilo sustituyó los ensamblajes que unían las ruedas del carro del rey, que eran de bronce, por unos falsos fabricados con cera de abeja. Esto provocó un accidente durante la carrera, en el que el rey terminó perdiendo la vida.
Pélope venció se instituyeron los Juegos Olímpicos como recuerdo de esa carrera. Sin embargo, Pélope no quiso compartir su reino ni su esposa con Mírtilo y lo asesinó.
Este, cuando agonizaba, maldijo a Pélope y a toda su descendencia, una maldición que afectó a las generaciones venideras, cuyos personajes son protagonistas de muchas tragedias griegas y de la guerra de Troya. La provincia del Peloponeso toma su nombre de Pélope.
El atletismo y el deporte eran elementos sólidos de la educación en el mundo griego. La primera olimpiada en el 776 a. C. es un referente cronológico de primer orden.
Constituye la primera cronología testimonial exacta de la historia griega, ya que comienza el catálogo de los vencedores olímpicos. Estos atletas son las primeras personas históricas que conocemos con exactitud.
Cada localidad de Grecia tenía su propia versión de los juegos, pero no todos fueron tan relevantes como los de Olimpia.
Además de estos, estaban los juegos Píticos, en honor a Apolo en Delfos; los juegos Ístmicos, celebrados en Corinto; y los Nemeos, en honor a Heracles, en la región de Nemea.
En todos estos juegos panhelénicos, cada atleta participaba por la fama que le otorgaba ser coronado vencedor. La victoria significaba haber sido elegido por el propio dios y la ciudad a la que pertenecía el atleta también veía como suya ese logro.
Al vencedor se le entregaba una corona, una sencilla corona con ramas delgadas y verdes de diferentes árboles y plantas. Una sencilla constitución, pero con un inmenso valor simbólico.
En Olimpia se entregaba una corona de olivo, en Delfos de laurel, en Corinto de pino y en Nemea de apio. Un símbolo perecedero para el vencedor, pero una perpetuidad a través de los relatos que hacían sus familiares y conciudadanos, que se transmitían de generación en generación.
El poeta Píndaro inmortalizó en sus obras muchas de estas gestas deportivas. Una victoria en los Juegos Olímpicos podía elevar a un simple mortal a la categoría de héroe y a menudo garantizaba un futuro de celebridad sin preocupaciones económicas.
El santuario de Olimpia, a pesar de encontrarse aislado y retirado de la ciudadela, creció y fue visitado por toda Grecia. Olimpia se convirtió rápidamente en un lugar de intercambio de información y negociación política.
El Santuario de Olimpia tenía un carácter panhelénico y su prestigio se extendió rápidamente de oriente a occidente. Sus leyes y normas llegaron a ser aceptadas en toda Grecia y fueron respetadas a lo largo de la antigüedad por personas y estados.
El prestigio de los Juegos Olímpicos se extendió más allá del Mediterráneo, allí donde hubiera griegos. Conceptos como la tregua sagrada fueron instaurados a partir de la primera olimpiada.
La organización de una olimpiada era algo complejo y difícil. Hay que recordar que Olimpia no era una ciudad, sino un santuario. Eran los habitantes de Elea los encargados de celebrarla.
Escogían al azar a 10 ciudadanos, los heladónicos, quienes tenían la autoridad disciplinaria de los juegos. Su misión era controlar la celebración estricta de los ritos y ceremonias, así como el cumplimiento de los reglamentos.
También se encargaban de enviar heraldos para anunciar la tregua sagrada y asegurar la concurrencia de atletas y delegaciones provenientes de todo el mundo heleno.
En las primeras trece ediciones de los juegos, estos solo duraban un día y la competición consistía únicamente en una carrera que se realizaba frente al altar de Zeus.
En estos primeros años no existía un estadio y los atletas aprovechaban un espacio plano y despejado, al que marcaban con líneas de caliza blanca, de 43 cm, para señalar el punto de partida.
La meta estaba definida por un altar consagrado a la divinidad. El vencedor de la carrera era el encargado de portar la antorcha que encendía una pira para iniciar las libaciones.
Con el tiempo, se añadieron más pruebas y los juegos adquirieron un carácter más competitivo, aunque el carácter religioso se mantuvo prácticamente hasta el fin de los juegos.
Cuando el emperador Teodosio suprimió los juegos en el 393 d. C., estos ya estaban en plena decadencia y habían perdido sus preceptos religiosos y éticos.
Nerón, por ejemplo, participó en los juegos en una carrera de carros y, a pesar de haberse caído del carro, se autoproclamó vencedor. Este es un ejemplo del estado de decadencia en el que los juegos habían caído.
Desde el siglo VI a. C., los juegos pasaron a durar cinco días y contaban con una concurrencia masiva de entre 40000 y 50000 personas.
El primer día de los juegos estaba dedicado a la celebración de los ritos y ceremonias. Los atletas juraban, ante la estatua de Zeus, que se habían preparado durante los últimos 10 meses de acuerdo con los reglamentos y que no cometerían ninguna falta durante los juegos.
Posteriormente se realizaba el Buleuterion, donde los atletas se inscribían en las competiciones en las que iban a participar.
Durante el primer día también se recorrían los santuarios para visitar y admirar los monumentos y altares, para atraer a la memoria las hazañas de los antiguos ganadores olímpicos, admirando sus estatuas.
Cuando llegaba la noche, los visitantes de los Juegos Olímpicos se reunían alrededor de fogatas y realizaban pronósticos para los juegos, mientras que los atletas descansaban.
El segundo día se celebraban las competiciones de niños. Los helanódicos entraban en el estadio con ramos de palmeras en las manos. El jefe de estos levantaba su ramo, resonaba un cuerno y daban por iniciados los juegos.
El tercer día es el día de las competiciones hípicas: primero las carreras de carros, luego de caballos montados, carros con dos mulas, con dos yeguas, con dos caballos, con cuatro borriquillos, con dos borriquillos y con un borriquillo.
Las carreras consistían en 10 vueltas al hipódromo, con una extensión de cuatro estadios o 1770 metros.
Tras las competiciones hípicas tenía lugar el pentatlón, que estaba compuesto de salto largo, lanzamiento de disco, carrera corta, lanzamiento de jabalina y lucha.
Por la noche del tercer día se realizaba una ceremonia en honor a Pélope, en el Pelopio (su tumba), sacrificando un carnero negro.
El cuarto día coincidía con luna llena y era el día sagrado por excelencia. Se realizaba una hecatombe, o sacrificio de 100 bueyes en honor a Zeus. Después tenía lugar la prueba de carrera corta (un estadio).
El vencedor se retiraba mientras el público le lanzaba flores y hojas. Luego tenía lugar la carrera doble (dos estadios) y la de resistencia. Tras las carreras, llegaba el turno de la lucha, el boxeo y la lucha libre.
Después de esto, terminaba el día con la carrera de hoplitas (soldados). Estos corrían desnudos, pero llevando el escudo, la espada y el casco.
El quinto y último día se celebraba un acto solemne con los atletas vencedores, que llevaban un ramo de palmera en la mano, concentrados en el templo de Zeus.
Sus nombres, junto con el de sus polis, eran anunciados en voz alta. El más anciano de los helanódicos colocaba sobre la cabeza de los vencedores la corona.
Después se realizaba una comida con los vencedores y durante la noche se disponían grandes mesas, para que los representantes de las ciudades de los vencedores y los hinchas celebraran la victoria.
Con esto terminaba la olimpiada. A la mañana siguiente, todos emprendían el regreso a sus patrias, pero los recuerdos de los vencedores permanecían para siempre en Olimpia, con sus nombres grabados en el frontis del Eleion.
El vencedor de la carrera corta tenía, además, el honor de dar su nombre a la olimpiada.
La fama del vencedor olímpico se extendía por toda Grecia. El regreso a su ciudad era todo un acontecimiento. Solían entrar en un gran carro. El carro no entraba por la puerta, sino que derribaban parte del muro para que entrara.
En tiempos antiguos, el vencedor tenía un carácter divino, ya que los dioses lo habían elegido y ayudado a ganar. Su entrada en la ciudad se veía casi como la entrada del propio dios.
Romper los muros para que entrara significaba que la ciudad había producido un héroe que no necesitaba de los muros, ya que estaba protegido por el dios.
Con el tiempo, estos honores a los vencedores fueron creciendo, llegando incluso a la exageración en las ciudades más ricas. Una sencilla corona les otorgaba la inmortalidad de la fama.
En algunas polis, los honores que se les ofrecían a los ganadores incluían también bienes materiales, en consonancia con las posibilidades económicas de la ciudad. De todas formas, esta recompensa económica no era el principal atractivo de la competición.
Como habíamos comentado antes, al inicio de los juegos, tres “portadores de la tregua sagrada” (espondóforos), coronados con ramos de olivo y acompañados por un séquito, partían de Elea y viajaban de ciudad en ciudad por todo el mundo heleno.
Llegaban hasta confines remotos desde el Ponto Euxino (Mar Negro), Egipto e incluso colonias griegas de Iberia. El objetivo de estos emisarios era invitar a todos los griegos a acudir a la Olimpiada e instar a sus habitantes a la ekecheiria, o tregua sagrada.
Estos emisarios eran mensajeros de Zeus (theorodokoi) y gozaban de privilegios especiales. Eran siempre bien recibidos, incluso, en algunas polis, se les ofrecían regalos. Atentar contra estos emisarios significaba una grave impiedad.
La tregua sagrada no detenía las guerras, pero las reducía a su mínima expresión. Su objetivo era permitir el traslado tanto de atletas como de espectadores a Olimpia, así como velar por su seguridad, especialmente en la zona del santuario.
Nadie podía entrar en la ciudad armado y se prohibía cualquier acto belicoso o signo de hostilidad. El espíritu religioso de los juegos impulsaba a los atletas y espectadores a no dejarse llevar por sus pasiones.
Se producían situaciones en las que espectadores de ciudades que se encontraban en ese momento en guerra se sentaban juntos en las gradas. Un acto de violencia se consideraba una impiedad hacia Zeus.
No consta en ningún texto algún incidente en las gradas. Las violaciones de la tregua sagrada eran mínimas.
Tucídides cuenta que, durante la guerra del Peloponeso, los espartanos tomaron la fortaleza de Phyrcos después de ser decretada la tregua sagrada. Por este acto, fueron condenados a pagar 2000 minas, una cantidad que se negaron a pagar, por lo que fueron excluidos de los juegos.
También se cuenta cómo Filipo II de Macedonia presentó excusas formales y pagó una gran multa, porque un mercenario macedonio impidió la asistencia de un ateniense a los Juegos Olímpicos.
Durante la ekecheria, todos los asuntos civiles se suspendían. Los tribunales no funcionaban, las sentencias que habían sido dictadas con anterioridad no eran ejecutadas e incluso algunos prisioneros eran puestos en libertad para que asistieran a los juegos.
El mundo griego antiguo era una amalgama de ciudades-estado independientes. Nunca formaron un estado real, pero sí tenían una conciencia común, algo que les hacía sentirse parte de una unidad a pesar de sus diferencias.
Compartían una lengua, unos dioses y los juegos panhelénicos, lo que se convirtió en una conciencia nacional de los griegos. Unas pruebas en las que todos los griegos (y solo ellos) competían entre pares con las mismas reglas.
Esta tregua olímpica permitía la celebración de los juegos entre iguales y permitía a los griegos convertirse en ganadores olímpicos en un torneo junto a todos los griegos, pudiendo así conseguir la fama y acariciar la inmortalidad.
Los Juegos Olímpicos antiguos fueron mucho más que un evento deportivo. Representaron la unión de lo físico y lo espiritual, lo político y lo cultural en la antigua Grecia.
Su impacto en la historia y la cultura occidental es innegable, dejando un legado que continúa inspirando a atletas y espectadores en todo el mundo hasta el día de hoy.