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Hoy hablaremos de la maternidad y la lactancia en la antigua Grecia. Dentro hilo.

En la antigua Grecia no existía un término específico para referirse a lo que hoy conocemos como familia, entendida como un grupo de personas que comparten la misma residencia.

Lo más común era usar el término oikos, que designaba no solo a la casa y las propiedades, sino también a sus miembros. Esta palabra abarcaba tanto a la estructura física del hogar como a la unidad económica y social que lo componía.

Además, existía el término anknisteia, que se refería a la red de parentesco de cada hombre griego, incluyendo a varias familias interrelacionadas.

Esta red de parentesco tenía un rol fundamental en la cohesión social y la transmisión de derechos y deberes a lo largo de las generaciones.

La unidad familiar (esposos, hijos de ambos y adoptados) era la base natural y jurídica del tejido social en la antigua Grecia.

Los hijos del matrimonio eran los legítimos herederos que se encargaban de que la familia perdurara y no se extinguiera, con la continuación de las líneas de descendencia y perpetuando los cultos de sus antepasados.

Para un hombre adulto, permanecer soltero era un problema. No haber repudiado a una esposa estéril, no haber logrado descendencia en sucesivos matrimonios o haber perdido sus hijos nacidos le dejaba sin herederos. Es por esto por lo que se podía recurrir a la adopción.

El principal deber de una mujer ateniense era contraer matrimonio y producir herederos legítimos para el oikos. Tan importante era esto que el matrimonio no se consideraba completamente sellado hasta que la esposa daba a luz a un descendiente.

El parto era un rito de paso fundamental para la mujer que, al casarse, pasaba de la condición de parthénos (mujer soltera y virgen que aún no ha contraído matrimonio) a nymphé (desde el momento del matrimonio hasta el nacimiento de su primer hijo).

Tras el parto, pasaba a convertirse en gýne e incorporarse al hogar con plenos derechos.

Hay que entender la maternidad no solo como un acto de reproducción biológica, sino como la creación de un nuevo individuo, útil y adaptado a la sociedad en la que deberá integrarse. En la antigua Grecia, eras alguien en la medida en que pertenecías a un origen, a una sangre.

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Este linaje estaba por encima del matrimonio en sí, en una sociedad totalmente patriarcal. La unión en matrimonio entre un hombre y una mujer era para perpetuar y dar sentido a ese linaje.

Según Platón, la gestación femenina no debía extenderse más allá de los 40 años, mientras que para los hombres esta edad podía llegar hasta los 50. Salirse de este rango de edades era considerado, según las palabras de Platón, una profanación e injusticia.

La maternidad solía comenzar en torno a los 14 o 15 años, pero debido a la juventud, se solía retrasar la posibilidad real de llevar a término los embarazos. Esta maternidad tan temprana no era conveniente para la salud de las mujeres.

El periodo más peligroso era entre los 16 y 17 años, que era a su vez cuando nacían más niños. Los riesgos del parto eran muy elevados y más de la mitad de los recién nacidos no alcanzaba la madurez; entre el 30 y 40 % fallecían durante el primer año de vida.

El promedio de embarazos de una mujer oscilaba entre los cuatro o cinco partos, y muchas de las mujeres fallecían durante el parto.

Una vez que nacía un niño, el papel más importante de la madre era mantenerlo con vida (recordemos la alta tasa de defunción de los niños en la antigua Grecia). Las mujeres cuidaban a sus hijos tanto por el bien de ellos como por el de la sociedad.

Aprendían a cuidar a sus hijos en su anterior oikos, antes de casarse, cuidando de sus hermanos y gracias a los consejos de otras mujeres del hogar, vecinas, parteras, etc.

La relación de las madres con sus hijos era mucho más estrecha que la de estos con sus padres. Como dice Aristóteles en su obra Ética Eudemia:

“las madres aman más a sus hijos que sus padres, porque creen que los hijos son obra suya; efectivamente, se juzga la obra por la dificultad, y la madre sufre más en el nacimiento de su hijo” (Arist. EE 1241b 2-9).

Otro de los papeles más importantes de la madre estaba relacionado directamente con la educación de sus hijos durante el periodo de crianza, que comprendía aproximadamente los primeros siete años de vida del recién nacido.

Según la concepción de la reproducción en la antigua Grecia, la mujer actuaba como un mero instrumento a la hora de concebir.

Los antiguos griegos pensaban que el semen del hombre era la semilla biológica y la mujer era el recipiente en el que el varón depositaba su germen como un préstamo.

Desconocían el óvulo femenino y creían que la contribución de la madre en la concepción era meramente pasiva, siendo solo un receptáculo para la semilla del padre.

Tenemos constancia de fragmentos de tratados hipocráticos ginecológicos en los que se describen procedimientos para determinar el grado de fertilidad de la mujer.

Estos procedimientos, a menudo, eran un tanto bizarros y demuestran el desconocimiento del cuerpo y la fisiología femenina.

Por ejemplo, se hablaba de hacer a la mujer comer en ayunas mantequilla y leche materna de una mujer que amamanta a un varón; si eructaba, quedaría embarazada, si no, no.

Además de estos procedimientos, se realizaban invocaciones a determinadas divinidades para ayudar a la procreación.

Se conservan muchas figurillas, relieves y placas conmemorativas con este fin, incluyendo reproducciones de órganos sexuales femeninos, senos e incluso estatuillas fálicas.

En algunas de estas obras se pueden ver inscripciones que agradecen explícitamente a la divinidad por el éxito del embarazo o parto. También se invocaban a otras divinidades estrechamente relacionadas con el parto, como Asclepio, Zeus y Deméter.

Estas invocaciones y ofrendas reflejan la importancia atribuida a la maternidad y la procreación, así como el intento de los antiguos griegos de buscar apoyo divino para superar los desafíos asociados al embarazo y el parto.

A pesar de la importancia de la descendencia, mantener a los hijos era costoso, por lo que las familias no solían ser muy numerosas, especialmente entre las clases medias y bajas.

Aunque existía una fuerte condena al aborto (tanto moral como en la legislación), hay referencias en tratados médicos sobre fórmulas anticonceptivas y abortivas sin ningún tipo de reparo.

Para evitar una familia demasiado numerosa, se recurría a dos métodos: el abandono de los hijos o el aborto. La ley no prohibía el aborto y solo intervenía para salvaguardar los derechos del padre.

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La mujer no podía abortar sin el consentimiento de su marido, ya que era considerado un robo contra este y se consideraba que la mujer estaba faltando gravemente a sus deberes como miembro de la sociedad.

Si se confirmaba el embarazo, era responsabilidad de la mujer llevarlo a buen término. El periodo de gestación del embarazo era especialmente complicado e intenso para las mujeres embarazadas, especialmente para las primerizas, que no eran parthénos ni gýne.

Los griegos relacionaban perfectamente la ausencia del periodo menstrual con el embarazo, aunque no veían el ciclo menstrual como algo directamente relacionado con la procreación. Lo veían más como un acto de purificación.

Creían que la sangre menstrual limpiaba y mantenía el equilibrio en el cuerpo de la mujer, y también preparaba el cuerpo femenino para la concepción. Pensaban que, durante el embarazo, la sangre menstrual servía de alimento al bebé y por eso no salía al exterior.

Las representaciones iconográficas de mujeres embarazadas son relativamente raras en el arte griego, pero abundan los amuletos apotropaicos para alejar los malos augurios, como cinturones y alfileres.

También eran comunes las representaciones de llaves, que servían como metáfora de la apertura del útero en el parto.

Las atenienses daban a luz en sus casas, rodeadas por las mujeres del hogar. Cualquier mujer de cierta edad o cualquier sirvienta era capaz de actuar como omfalotomas (cortadoras del cordón umbilical).

En los casos difíciles se llamaba a una comadrona o incluso a un médico. El parto también estaba rodeado de culto y ofrendas a las respectivas divinidades. Antes del parto se pintaba la entrada de la casa con pez para alejar a los malos espíritus.

Debido a la alta tasa de mortalidad durante el parto (tanto de la madre como del bebé), la mayoría de la iconografía relacionada con el parto tiene también que ver con la muerte.

Hay referencias en textos que hablan de la relación entre las hazañas bélicas de los hombres en la guerra y la proeza femenina del parto. La guerra y el parto se veían como escenarios en los que la muerte estaba presente.

Soportar el parto era comparable a soportar el asalto de los enemigos para un hoplita. Si morir en la batalla era considerado el mayor sacrificio que podía ofrecer un hombre, morir en el parto lo era para la mujer.

Cuando nacía un niño se ponía encima de las puertas de la casa un ramo de olivo, si el bebé era varón, o una banda de lana si era niña. Todo nacimiento suponía una impureza tanto para la madre como para todas las personas que se encontraban en la casa.

Este acto no se debía producir bajo ningún concepto en un santuario o recinto sagrado. Para purificarse se requería un periodo de purificación que duraba entre 30 y 40 días.

Se creía que el parto de una niña era más difícil para la madre que el de un niño, ya que los niños proporcionaban la fuerza motriz en el proceso del nacimiento. Unos días después del parto se celebraba una fiesta en la casa y se presentaba al recién nacido a su grupo social.

Es en ese momento cuando se le ponía el nombre al niño. En Atenas existía la costumbre de llamar al primogénito varón con el nombre del abuelo paterno, aunque esto no era obligatorio y hay muchas excepciones constatadas a esta regla.

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Los nombres elegidos para las niñas solían ser formas femeninas de nombres masculinos. También se usaban nombres que encarnaban virtudes militares masculinas, como Lysistrata (la que disuelve el ejército), o sustantivos como Malthake (suave) o Makaria (felicidad).

Sin embargo, los nombres de nacimiento de las niñas solo se usaban en el ámbito familiar, ya que las mujeres se identificaban mediante el caso posesivo del nombre del padre, y una vez casadas, mediante el caso posesivo del nombre del marido.

Los recién nacidos no deseados eran abortados o abandonados. Cuando eran abandonados, su vida quedaba en manos de los dioses, lo que absolvía al oikos de cualquier delito de sangre si el bebé moría.

Se creía que la sangre menstrual, que había servido de alimento al bebé durante el embarazo, se convertía en la leche que la madre usaba para alimentar al recién nacido.

Las propiedades de la leche materna se consideraban fundamentales para el crecimiento del bebé. Existía una gran preocupación por parte de las madres por tener suficiente leche para amamantar a sus hijos.

Ya desde tiempos prehelénicos, como en la cultura minoica, se utilizaban amuletos para asegurar la producción de leche materna.

Si por algún motivo la madre no podía amamantar, o no quería (como podía ser el caso entre las mujeres de la élite), se recurría a una nodriza. El papel de las nodrizas era muy importante e incluso podían tener más protagonismo que la propia madre.

Es posible que las nodrizas fuesen, en su mayoría, esclavas o extranjeras, o mujeres libres obligadas por alguna necesidad económica.

La nodriza era contratada para realizar su labor y, en ocasiones, se ocupaba también de atender el parto, lavar los pañales, bañar al bebé y atender todas sus necesidades prácticas. El trabajo de nodriza era considerado una profesión humilde.

La nodriza debía haber tenido ya más de un hijo y, en caso de estar amamantando a uno propio, debía priorizar al hijo de la persona que la había contratado respecto al suyo.

En conclusión, la maternidad en la antigua Grecia era una institución fundamental que definía la estructura social y familiar de la época.

Las mujeres griegas, desde su juventud, eran preparadas para asumir el rol de madres, un papel que no solo garantizaba la continuidad del oikos, sino también la estabilidad de la sociedad en su conjunto.

Aunque las condiciones médicas y sociales eran difíciles, la importancia atribuida a la maternidad y la procreación revela mucho sobre la cultura y las creencias de los antiguos griegos.

Este legado, aunque matizado por el conocimiento limitado de la biología y la prevalencia de un sistema patriarcal, sigue siendo un testimonio del valor que se otorgaba a la vida y la familia en una de las civilizaciones más influyentes de la historia.