La guerra del Peloponeso enfrentó a las dos principales potencias griegas: Atenas y Esparta y terminó con la victoria de los espartanos y significó el fin de la supremacía de Atenas en el mundo griego.
Persia, derrotada en las anteriores guerras médicas, se mantuvo al margen aunque ayudó a los espartanos económicamente (y no por amor al arte). Hay que recordar que la relación entre Persia y los pueblos griegos (a pesar de las guerras médicas) no era tan mala como pueda parecer.
Antes de las guerras médicas los pueblos jonios (zona de Anatolia o Asia Menor) prosperaron mucho económicamente gracias a las interacciones comerciales con Persia. Tenían que pagar tributo al sátrapa de turno pero les iba muy bien.
Llegaron vacas flacas (sequías, …) y esos tributos ya no venían tan bien. Decidieron dejar de pagarlos y esto generó una serie de revueltas. Atenas les ayudó y esto genero la ira de Darío I, desencadenando las guerras médicas. A pesar de todo la relación era fluida.
Darío II (nieto de Jerjes I, el hijo de Darío I) había muerto en el 404 a. C. (el año que termina la guerra del Peloponeso). Le sucede su hijo Artajerjes II pero su hermano Ciro no estaba contento con esto y quería reunir un ejército para poder llegar al trono.
Es por esto que Ciro ayudó a Esparta en la guerra del Peloponeso. Además muchos soldados de élite se habían quedado “sin trabajo” al terminar la guerra. A Esparta también le convenía un príncipe persa pro-espartano.
Todo esto hizo que a Ciro no le resultara difícil reclutar un ejército con los soldados que se habían quedado desocupados, no solo espartanos sino también atenienses. Además unos soldados de élite: El hoplita griego.
Recordemos que el hoplita era un soldado muy avanzado, preparado y fuertemente armado (no combatían a pecho descubierto como en la peli de 300). El peso de armadura oscilaba entre los 20 y 30 kilos.
La armadura consistía en una coraza de bronce que reproducía la forma de los músculos del cuerpo, unas grebas (espinilleras), un casco y un escudo circular llamado aspis de un metro de diámetro y unos 10Kg). El escudo también se llamaba hoplón (de ahí el nombre de hoplita)
Había varios tipos de cascos. El más común era el casco corintio aunque también estaba el tracio (conocido por que es el que solían usar los gladiadores en el coliseo).
El arma principal era la lanza llamada doru de 2.7 metros y una espada corta llamada xifos como arma secundaría. La armadura era muy costosa y se la pagaba el propio soldado. Era costumbre heredar la armadura de padres a hijos.
Cada uno se hacía la armadura como quería (o como podía dependiendo de su dinero) y es por esto que cada soldado tenía una diferente. Si el soldado tenía suficiente dinero se compraba un caballo y formaba parte de la caballería.
La armadura espartana era más homogénea ya que llevaban la letra lambda (λ) en el escudo, en referencia a Lacedemonia (o Laconia) que era la región del Peloponeso donde estaba Esparta. También tenían una capa color escarlata pero nunca la llevaban en combate.
Retomando. Ciro reúne más de diez mil soldados griegos (popularmente conocidos como “los diez mil”) al mando del general espartano Clearco. Uno de los soldados fue el ateniense, discípulo de Sócrates, Jenofonte, que relató la expedición de los diez mil en su obra “La Anábasis”
Ciro no les había contado sus verdaderas intenciones (adentrarse en Persia) por miedo a que no le siguieran, pero entre amenazas y promesas de una mayor paga les termina convenciendo para que avancen y se abran paso entrando por Asia Menor.
Se adentran más de mil kilómetros hasta la ciudad de Cunaxa. En esta ciudad se libró una batalla ente las tropas de Ciro (los diez mil) y las de su hermano Artajerjes II. Según Jenofonte 1.2 millones de soldados (posiblemente exagerara un poco y pusiera un cero de más a la cifra).
El objetivo de Ciro era matar a su hermano. Sabía que si lo hacía sus tropas le aceptarían como rey. Los griegos consiguieron abrirse paso entre las tropas Persas. Tenían la batalla casi ganada, pero Artajerjes estaba bien protegido por sus soldados de élite.
Ciro sabía que sin la muerte de su hermano la victoria no le valía para nada. Enloquece y se lanza a matar a su hermano contra su guardia personal. Muere en el intento.
Los griegos vencen la batalla pero se enfrentan a un gran problema. El que les pagaba (Ciro) ha muerto, se encuentran a 1700 Km de su patria y están rodeados de persas.
La situación de los persas tampoco es buena. No se atreven a atacar a los griegos (eran muy poderosos) pero tampoco podían dejarles en libertad por las buenas.
Los persas deciden engañar a los griegos. Citan a sus jefes (con Clearco) para pactar un armisticio, pero cuando estaban negociando ordenan matarles. La idea era que sin líderes, los griegos o se rindan o unan sus tropas a las persas. No ocurre ni una cosa ni la otra.
El ateniense Jenofonte toma el mando de los diez mil y emprende el camino de vuelta. Consigue resistir al ejército persa durante 5 meses y en febrero del 400 a. C. llegan a Trapezunte (junto al mar negro).
Los griegos, un pueblo acostumbrado al mar, tras estar, entre ida y vuelta, un año y tres meses por el interior de Persia en esta expedición, al ver el mar gritan: ¡Thalassa! ¡Thalassa! (¡El mar! ¡El mar!).
Con esto Jenofonte consigue terminar la aventura de los diez mil y regresa a Atenas, aunque no por mucho tiempo ya que el surrealista juicio y posterior ejecución de su maestro Sócrates, hizo que odiara la democracia y abandonara Atenas.
Esta expedición de los diez mil no fue una aventura cualquiera. Demostró que un potente ejército, aunque inferior en número, podía adentrarse en el interior de Persia. Persia, a pesar de su aparente fortaleza, era débil.
Años después, un griego llamado Alejandro repetirá la gesta de los diez mil pero esta vez conquistando todo el mundo conocido. Pero esto es otra historia.