Hoy hablaremos de un siglo que, a pesar de parecer un siglo de transición ocupa una posición especial en la historia de la antigua Grecia. Hoy hablaremos del siglo IV a. C.
Es un siglo de transición entre el siglo V a. C., conocido como el siglo de oro, o el siglo de Pericles, en el que se produjeron las guerras médicas y el máximo esplendor de Atenas, y el comienzo del mundo helenístico.
El siglo IV a. C. hereda una serie de conflictos bélicos, sociales, económicos e incluso ideológicos que no habían sido resueltos de manera definitiva en el siglo anterior. Parece un siglo destinado a ser un siglo de transición, un “todavía no” del período helenístico.
A finales del siglo V a. C. termina la guerra del Peloponeso que supone el fin de la Atenas imperialista. Esparta vence la guerra, pero el conflicto que había generado esta guerra no se resuelve enteramente.
Dicho, de otra manera, las nuevas generaciones del siglo IV a. C. afrontan de lleno el eterno problema: La unidad entre los griegos es imposible y están abocados a unos eternos enfrentamientos entre estados sin vislumbrar un final.
Un final en el que se impuso el estado que menos se podía esperar. Un estado, que era incluso considerado como el menos griego de todos, el reino de Macedonia.
Con la guerra del Peloponeso se consuma la crisis definitiva de la ciudad estado, algo que difiere con la gran estabilidad que se había conseguido en Atenas y que había permitido el auge de su democracia. La democracia ateniense funcionó, y no mal, desde el 403 al 322 a. C.
Funcionó mejor en el siglo V que en el IV a. C., fundamentalmente por las fuertes tensiones que dominaron en la Atenas tras la muerte de Pericles.
Durante el siglo IV a. C. la democracia ateniense, aunque extremista política y constitucionalmente, era moderada en sus estructuras sociales. El liderazgo político estuvo en manos de una burguesía rica, a la que le interesaba enormemente la existencia de la democracia.
La antigua aristocracia había quedado reducida al silencio. El siglo IV a. C. heredó una estructura social bastante homogénea del siglo anterior, en la que el clima político había sido sometido a fuertes tensiones.
A raíz de las reformas de Clístenes, con la isonomía o la igualdad de los ciudadanos ante la ley, o las de Pericles, restaurando totalmente la democracia, la aristocracia se siente amenazada.
Pericles había conseguido paliar esta oposición aristocrática, que se vuelve algo clandestina y se da solo en círculos aristocráticos que actúan en la sombra. La derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso cambia esta perspectiva.
La aristocracia ateniense, diezmada y destruida, en parte por la peste que asoló Atenas durante la guerra del Peloponeso, y en parte por la propia guerra, desplaza sus intereses a los nuevos ricos y se aparta de la política.
Los ciudadanos pobres (clerucos) por otro lado, son desposeídos de las tierras (kleros) que se les había asignado por el imperialismo ático para sustentarse como soldados (hoplitas) y construir guarniciones permanentes en los territorios sometidos.
Frente a la polypragmosyne, o actividad excesiva en política y la ambición desmedida por el poder, surge ahora entre las clases altas, el ideal político de la apragmosyne, o falta de interés por los asuntos públicos.
Esto modifica enormemente el equilibrio social. Pero las consecuencias de la guerra del Peloponeso no se limitan a la política interior de Atenas. La guerra no cuestionaba la viabilidad del régimen político de Atenas.
Lo que cuestionaba era la dualidad Atenas/Esparta, balanza que se decantó por el lado espartano. Los espartanos no fueron unos dignos libertadores del mundo helénico. Todo lo contrario. Impusieron un régimen político egoísta.
Muchas polis griegas vieron, con la victoria de Esparta ante el imperialismo de Atenas, simplemente un cambio de dueños. Incluso los antiguos aliados de Esparta, como Tebas y Corinto, se sintieron tremendamente defraudados.
Esta situación, ayudada en la sombra por Persia, desencadenó en la guerra de Corinto entre Esparta y una coalición de Atenas, Tebas, Corinto y Argos. Los expertos no se ponen de acuerdo con las verdaderas causas del estallido de esta guerra.
Es posible que el Gran Rey persa aprovechara el descontento reinante para fomentar una nueva coalición afín a sus intereses. De todas formas, en Atenas, Tebas, Corinto y Argos se cuajó un movimiento de hostilidad hacia Esparta.
Los filoespartanos, como Jenofonte, pretendían explicar la causa de la guerra por motivos de venalidad, o la disposición de dejarse sobornar a cambio de obtener algún beneficio, y la guerra estalló porque Esparta no se comportó de un modo justo.
Otros historiadores creen que la guerra estalló, porque se empezaba a abrigar un temor de una futura intervención espartana en los asuntos internos de las ciudades griegas. De esta manera, la guerra de Corinto fue como una especie de “guerra preventiva”.
Sea lo que fuese, la guerra de Corinto fue una secuela de la guerra del Peloponeso, un conflicto heredado del siglo anterior, y que tiene que resolverse en este.
Durante el primer tercio del siglo IV a. C. se respira una atmósfera que no difiere en nada de la que se respiraba en el último tercio del siglo anterior.
Los nuevos intelectuales del siglo IV, como Isócrates, se preocupan de clarificar los hechos y se expresan en un lenguaje similar al que habían usado en el pasado Alcibíades, Cleón o Lisandro. De todas formas, hay un ligero matiz.
Persia había entrado en la política interior de los griegos. Grecia ahora se debate si ha de ser Esparta o Atenas, quién tenga la hegemonía sobre la Hélade. El horizonte político no ha cambiado mucho desde los albores de la guerra del Peloponeso.
A pesar de todo, se observa un ligero cambio en el mundo griego. Se observa un auge del movimiento diplomático. Se produce un cambio en la concepción griega de la política, especialmente en Atenas.
Los líderes políticos de la segunda generación del siglo IV a. C. están dotados de una mentalidad menos idealista, frente a la tradición democrática del siglo V a. C.
Tebas pasa de ser la tercera en discordia, por detrás de Atenas y Esparta, a ser la gran potencia en el concierto político y militar.
Tebas aspira a la hegemonía griega, pero su intento tuvo una duración muy corta y solo pudo alterar ligeramente las coordenadas políticas griegas del siglo IV a. C.
Su intento se sustentaba totalmente en su régimen de carácter militar, que cae con la desaparición de su líder Epaminondas.
Pero la política ateniense, realizará un giro de 180°. Hasta entonces, Atenas había tenido un significado en el mundo griego, una política definida y clara: democracia e imperio. Libertad para el ateniense en el interior y sumisión de los demás griegos en el exterior.
El ateniense no había renunciado jamás a ser el árbitro de la política internacional e imponer su yugo en todo el mar Egeo. Una expresión extrema de la polypragmosyne.
Pero ahora se produce una profunda inversión de valores. Atenas tiene que renunciar a su imperio tras perder la guerra del Peloponeso. Nada queda ya de la Atenas de Pericles, garante de la justicia y artífice de un orden que puede extenderse en todo el mundo helénico.
Ahora es la paz, la renuncia, la vuelta a las realidades inmediatas y la concordia con los demás estados, lo que aparece en primer plano.
Si la aparición de Persia durante las guerras médicas, el enemigo exterior, había determinado un cambio y transformación, de la tradición política, ahora el fenómeno de una Macedonia expansiva y guerrera va a provocar una fuerte conmoción.
En Atenas, surgen políticos con simpatías a Filipo y a los macedonios, del mismo modo que otros permanecen fieles a la grandeza ateniense, a costa de grandes sacrificios.
Vuelve el ideal panhelénico de unificación de los pueblos griegos, aunque cada político lo entiende de una manera.
Tras Filipo llegará el turno de su hijo Alejandro, que terminará el trabajo empezado por su padre y lo cambiará todo fusionando la cultura griega con la persa y creando el concepto del cosmopolitismo. Pero esto es otra historia.
Fuente: Los grandes períodos de la cultura griega (José Alsina)
Historia de Grecia (Hermann Bengtson)