Hoy hablaremos de una de las primeras mujeres filósofas en la antigua Grecia. Hoy hablaremos de Hiparquia de Maronea.
Hiparquia nace en Maronea, una polis de los tracios cicones (a los cicones se les mencionan en la Odisea), sobre el año 340 a. C. Pertenecía a una familia de clase social alta por lo que seguramente tuvo una educación refinada y vivió rodeada de comodidades.
El hermano de Hiparquia, Metrocles, es el que le introduce a Hiparquia en el mundo de la filosofía. Metrocles fue primero alumnos de Teofrasto, un discípulo de Aristóteles, pero terminó siendo seguidor de Crates. Los dos hermanos frecuentan el círculo del filósofo Crates.
Crates también venía de una familia noble, pero renunció a todos sus ingresos al seguir a su maestro Diógenes de Sinope, el filósofo cínico. El alumno más famoso de Crates fue Zenón de Cítio, el fundador del estoicismo.
Hiparquia, al conocer a Crates, 20 años mayor que ella, queda prendada del filósofo cínico. La familia de Hiparquia intenta persuadirla para que se aleje de Crates, que vivía como un vagabundo.
Se dice que el propio Crates intentó persuadirla y un día se presentó desnudo ante Hiparquia para que viera como era y cuan poco podía ofrecerle. Hiparquia prefirió la vida de vagabundo (y libre) junto al filósofo cínico.
Esto lo refleja Antípatro de Sidón en uno de sus epigramas titulada “A las mujeres”
Yo, Hiparquia, prefiero a la muelle labor femenina la vida viril que los cínicos llevan; no me agrada la túnica sujeta con fíbulas; odio las sandalias de suela gruesa y las redecillas brillantes. Me gustan la alforja y el bastón de viajero y la manta que en tierra por la noche me cubre. No me aventaja en verdad la menalia Atalanta, que el saber a la vida montaraz sobrepuja”
Antípatro de Sidón
Hiparquia se termina casando con Crates, a pesar de que ser mujer de Crates, un filósofo cínico, significa adoptar la filosofía más radical que existía e implicaba vestir con harapos y vivir como animales.
Además de esto Hiparquia desafía a la sociedad patriarcal de la época y asiste con su esposo a los simposios, donde se producían discusiones filosóficas. La asistencia de una mujer a los simposios estaba muy mal vista.
De hecho, la presencia de mujeres en estas reuniones estaba casi prohibida. La presencia de Hiparquia en los simposios representaba un desafío para los filósofos griegos, lo que generó muchos enfrentamientos.
El más famoso de estos enfrentamientos es que tuvo con Teodoro. Teodoro, conocido como el ateo, era un filósofo de la escuela cirenaica conocido por su supuesto ateísmo (algo muy raro en la época).
Se le tachaba como ateo ya que, como refleja Diógenes Laercio en su obra: “Eliminó todas las opiniones con respecto a los dioses”.
Parece ser que estaba un banquete en casa de Lisímaco y Hiparquia usó el siguiente sofisma (argumento falso que pretende pasar por verídico):
Si Teodoro puede dañarse a sí mismo y esto es lícito, también es lícito que yo, Hiparquia, dañe a Teodoro.
Teodoro no replicó a la frase de Hiparquia pero enojado le arrancó el vestido dejándola medio desnuda. Hiparquia tampoco se enojó por esto. Teodoro, entonces le dice a Hiparquia: “Esta es la persona que abandonó la rueca de tejer por la filosofía”.
Entonces Hiparquia le responde: “Sí, soy yo ¿Es que te parece que he tomado una decisión equivocada sobre mí misma al dedicar el tiempo que iba a gastar en el telar en mi educación?”
Hiparquia muere en el 300 a. C. a los 46 años. Los filósofos cínicos establecen una fiesta anual en su honor denominada kynogamia o fiesta de la mujer perra.
Recordemos que el perro era el ideal de libertad, a seguir según los filósofos cínicos. Los cínicos se llamaban a sí mismos los perros, demostrando su desprecio por lo material y por las normas sociales de convivencia.
Si bien Hiparquia no aporta ideas filosóficas nuevas en la historia del pensamiento, más que las propias de los filósofos cínicos sí que hay que reconocerle un mérito en la historia de la filosofía, ya que demostró que la mujer era válida para desempeñar una disciplina exclusiva de los hombres.
Hiparquia es la única mujer que tiene un capítulo propio en la obra de Diógenes Laercio “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, una obra, escrita en el siglo III a. C., fundamental para entender la historia de la filosofía.