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Hoy hablaremos del fin de la antigua Grecia. Un fin que no fue un fin, mezclándose con la Roma y definiendo lo que hoy somos. Dentro hilo

Lo que conocemos como la antigua Grecia es un periodo determinado de la historia comprendido entre los siglos XIII y I a.C. Surge tras el colapso de la civilización micénica y termina con la conquista romana.

Podemos discutir si la fecha de fin es en el 146 a.C., con la batalla de Corinto, donde Lucio Mummio destruye Corinto, venciendo a la Liga Aquea, y la Grecia continental pasa al dominio romano.

También podemos decir que termina en el 31 a.C., cuando muere Cleopatra VII (Thea Filopator), última descendiente de la dinastía ptolemaica, descendientes de Ptolomeo, general de Alejandro Magno, que se estableció en Egipto tras la muerte del conquistador macedonio.

Sea como fuere, en el 146 o en el 31 a.C., Roma se expande por todos los territorios que habían sido griegos. Aunque las monarquías helenísticas desaparecen, dejando paso a Roma, la cultura griega no desapareció.

De hecho, fue más fuerte que nunca. Roma había absorbido el pensamiento griego y, en el fondo, se convirtió en un nuevo imperio helenístico, el mayor de todos.

De todas formas, Roma, en su periodo de expansión, trató a Grecia con implacable crueldad, destruyendo Corinto y vendiendo como esclavos a todos los supervivientes, llevando la ruina a Rodas y saqueando Atenas.

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Roma comenzó expandiéndose por el sur de Italia, zona conocida como Magna Grecia, donde había polis griegas fundadas por los griegos, como Tarento, Elea, Heraclea o Siracusa.

El avance de las tropas romanas en el sur de Italia amenazó la independencia de Tarento, y los tarentinos pidieron ayuda a Pirro, rey de Epiro, en la Grecia continental.

Roma simbolizaba la amenaza de un enemigo exterior, similar a la amenaza persa en las guerras médicas, que también puso en peligro la autonomía de las polis griegas.

Pirro no lo dudó, cruzó el Adriático y se estableció en Magna Grecia, luchando en varias batallas contra regiones romanas, como en la ciudad de Heraclea en Apulia, donde utilizó elefantes de combate.

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Los ejércitos de Pirro y Roma estaban igualados y alternaron avances y retrocesos, dando resultados inciertos en las batallas. Pirro tomó una ligera ventaja y dirigió sus tropas hacia Roma.

Pero cuando se encontraba cerca de la ciudad, recibió la noticia de que otro ejército romano venía hacia él. Un ejército que, tras firmar la paz con los etolios (contra los que también estaba luchando en Roma), se unió a la guerra contra Pirro.

Roma ya había entrado en contacto con la cultura griega de manera indirecta a través de los etruscos, grandes amantes del arte griego, como se demuestra por la gran cantidad de objetos griegos, como cerámicas, hallados en tumbas etruscas.

Pirro tuvo que retroceder. Al año siguiente, se da la batalla de Ásculo (279 a.C.), donde, a pesar de vencer, sufrió muchas bajas. Es ahí donde formula su famosa frase: “Otra victoria como esta y estamos perdidos”, de la que deriva la expresión “victoria pírrica”.

En el 272 a.C., cae Tarento, ya que Pirro es incapaz de derrotar a las legiones romanas y se retira de la campaña. El sur de la península itálica, la suela de la bota, ese territorio antes conocido como Magna Grecia, queda sometido por Roma.

Sicilia también estaba bajo el dominio romano (tras la Primera Guerra Púnica). Solo Siracusa conservó su independencia gracias al apoyo logístico que había prestado a las tropas romanas durante las guerras púnicas, aunque su gobierno estaba supeditado a Roma.

En esta época, los romanos eran soldados entregados a la conquista. La cultura griega todavía no había penetrado. Esto se produce, sobre todo, tras la Segunda Guerra Púnica. Roma había sido derrotada de manera aplastante en la batalla de Cannas en el 216 a.C.

Siracusa era una de las ciudades más importantes de la zona. Cuando Marco Claudio Marcelo la conquistó tras un largo asedio y la saqueó, se sorprendió al entrar en la ciudad, pues no había visto tanta elegancia y refinamiento ni siquiera en Roma.

Por cierto, en el asedio de Siracusa, Roma tuvo que enfrentarse a los inventos de Arquímedes, como grandes grúas que sacaban los barcos del agua y los estrellaban contra las rocas. Esta escena aparece en la última película de Indiana Jones. Arquímedes murió durante el asedio.

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Ya por entonces, era habitual que los rehenes y esclavos griegos se dedicaran a la enseñanza, aunque algunos nobles romanos no veían bien esta práctica, ya que no querían que un esclavo educara a sus hijos o los reprendiera si eran malos estudiantes.

Pero Roma sentía un interés especial por la cultura griega y esta práctica se extendió. Textos griegos, como La Odisea, se tradujeron al latín para ser usados en la enseñanza.

Nada más terminar la Segunda Guerra Púnica, Roma puso sus ojos en Grecia. Allí existían tres entidades políticas importantes: el reino de Macedonia en el norte, la Liga Aquea en el centro y la Liga Etolia en el sur.

Macedonia había apoyado a Aníbal en las guerras púnicas, por lo que los romanos tenían cuentas pendientes. Flaminio se encargó de ellos. Los griegos se quedaron asombrados, ya que Flaminio, un bárbaro, hablaba griego y los trató con humanidad una vez sometidos.

Muchos griegos se convirtieron en esclavos romanos y, debido a su cultura, se convirtieron en pedagogos y maestros de los hijos de los nobles romanos. La posesión de esclavos que pudieran enseñar en casa era una nota de distinción en la alta sociedad romana.

Al llegar la década de los 90 a.C., era normal que un romano culto hablara griego como segunda lengua y poseyera una biblioteca con libros tanto en latín como en griego. Los filósofos estoicos griegos fueron seguidos por los jóvenes romanos con interés.

Pronto fueron tantos los maestros griegos presentes en Roma que despertaron la inquietud de los patricios romanos. Al final, el Senado decretó su expulsión de la ciudad, aunque solo aplicaba a los que operaban fuera del patronazgo familiar romano.

La idea era que estos griegos educadores no tuvieran el poder de influir en la sociedad general y que solo sirvieran a las clases superiores. La aristocracia romana no quería que la plebe ascendiera socialmente por medio de la educación.

Si bien Roma expresaba una admiración por la cultura griega, no sucedía lo mismo con el hombre griego. Los romanos no se encontraron con los griegos de la época clásica, aquellos que se habían sacrificado en las batallas contra los persas.

El hombre griego de la época helenística era muy diferente y no despertó ninguna admiración. Los romanos, tras combatir contra ellos, los percibían como flojos y débiles para la guerra. Roma tampoco entendía esa libertad política griega.

Para los romanos, fuera de su oligarquía noble y su Consejo aristocrático de ancianos, solo podía haber caos y perdición. Valerio Máximo, escritor romano del siglo I, denominó a la democracia “dementia publica”, es decir, demencia colectiva.

Los romanos sentían horror por las asambleas, donde todos votaban a mano alzada, y veían las decisiones tomadas ahí no como actos de la voluntad popular, sino como una expresión del criterio de una multitud amotinada.

La seriedad de los romanos contrastaba con la frivolidad y la alegría despreocupada de los griegos. El pueblo romano era un pueblo muy belicoso, y el arte de la guerra era lo primero que los romanos aprendían.

Es por esto por lo que los romanos se sintieron identificados especialmente con los espartanos, viendo en ellos el mismo concepto de honor, sacrificio por la patria y amor por la disciplina.

Roma, al igual que Esparta, era un pueblo de interior y compartía su recelo hacia el comercio y el mar.

Los niños, cuando cumplían siete años, pasaban a depender del padre para su verdadera educación. Lo acompañaban a todas partes, iniciándose en la vida adulta y siendo educados para el mando en el sistema oligárquico romano.

A finales del siglo I, los romanos establecieron un sistema educativo similar al griego de la época helenística. El maestro, en la escuela, enseñaba lo básico de las letras y la aritmética.

A los 12 años, si se contaba con una buena posición económica, los niños eran instruidos en gramática, dicción, retórica y comentario de texto. Las niñas tenían tutores en el hogar y podían leer libros de la biblioteca familiar, pero no asistían a la escuela.

A pesar de que el modo de educación griego influyó mucho en la educación romana, hubo dos elementos clave de la educación griega que los romanos se negaron a aceptar: la música y el deporte.

Los romanos, con su espíritu belicista, no veían el deporte como algo útil y efectivo para la guerra real. Lo consideraban únicamente como una forma de competir en juegos atléticos, algo que no consideraban relevante para un patricio romano.

La célebre sentencia “mens sana in corpore sano” se refería más al interés de cuidarse físicamente por motivos de salud que a la práctica del deporte. Los gimnasios y las competiciones deportivas siempre fueron elementos extraños en la sociedad romana.

Los romanos también sentían rechazo hacia los juegos atléticos debido a la desnudez. El romano, muy pudoroso, evitaba presentarse desnudo ante otros ciudadanos, a diferencia de los griegos, que siempre habían ejercitado en gimnasios y competiciones deportivas desnudos.

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De todas formas, las competiciones deportivas griegas continuaron en la época romana, en decadencia, hasta que fueron erradicadas con el establecimiento del cristianismo como religión oficial.

Las competiciones deportivas griegas originalmente estaban restringidas solo a los griegos, pero los griegos permitieron a los conquistadores romanos participar.

Sin embargo, estos “juegos a la griega”, como los llamaban los romanos, nunca tuvieron éxito ni fueron aceptados en la zona latina del imperio.

Los nobles romanos veían la historia de la antigua Grecia como algo exótico y atractivo.

Aprovechaban los viajes que debían realizar a Oriente en sus misiones militares o administrativas para visitar lugares especialmente famosos y mencionados en los libros, como Delos, Egipto o Esparta.

Grecia se convirtió en una atracción turística para los patricios romanos que, muchas veces, eran turistas de malos modales y se comportaban como dominadores de los vencidos.

Se cuenta, por ejemplo, que un magistrado romano se enfadó con los atenienses por haber llegado unos días tarde y porque no le repitieron los misterios de Eleusis para él.

Realizar lo que denominaban el “Grand Tour” por los lugares emblemáticos de Grecia representaba una especie de apropiación visual de las conquistas de Roma. Muchos aristócratas romanos, además, enviaban a sus hijos a Atenas para mejorar su oratoria y aprender griego.

Era una especie de Erasmus, convirtiendo a Atenas en una especie de ciudad universitaria de la época, con sus escuelas filosóficas, como el Liceo aristotélico, la Academia platónica, el Jardín epicúreo y la Stoa estoica.

De todas formas, estas instituciones ya no eran lo que habían sido en su tiempo y se encontraban en un claro deterioro.

A pesar de la admiración de Roma por la cultura griega, no todos los nobles romanos pensaban lo mismo; algunos veían a los griegos como un pueblo vencido, y aprender su lengua y cultura era visto como aprender de un pueblo esclavo.

Al final, los romanos se civilizaron y hubo un acuerdo tácito: los romanos serían los amos del imperio, mientras que los griegos serían los guías de la educación y la sabiduría.

Roma aceptó el sistema educativo que había creado el mundo helénico, pero, a pesar de la influencia griega, los romanos nunca renunciaron a sus valores primitivos, que eran los que habían hecho grande a Roma: la sencillez, la austeridad y el pragmatismo.

Roma absorbió la cultura griega y la expandió por sus dominios. Incluso con el cristianismo, que prohibió todo culto pagano, los primeros cristianos no quisieron renunciar a las grandezas de la cultura clásica, una cultura que inventó la sociedad occidental que hoy conocemos.

Como dijo el poeta P. B. Shelley: “todos somos griegos”.