Hoy hablaremos de uno de los grandes oradores atenienses. Un orador que ocupa un lugar destacado en la historia de la retórica y la política de la antigua Grecia. Hoy hablaremos de Esquines.
Su vida y carrera política, documentadas principalmente por sus propios discursos y los de su rival Demóstenes, nos ofrecen una visión compleja de la Atenas de su tiempo, marcada por la amenaza macedonia y las profundas divisiones internas.
Aunque los relatos sobre su vida se entrelazan con contradicciones, en gran parte debido a la feroz rivalidad con Demóstenes, la figura de Esquines se revela como un político pragmático, cuyas posturas y decisiones reflejan las tensiones de su época.
Esquines nació hacia el año 390 a. C., en una familia de clase media, lo que contrasta con la privilegiada posición de Demóstenes, quien provenía de una familia rica. El padre de Esquines era maestro de escuela y su madre sacerdotisa de un culto menor.
Aunque sus orígenes humildes no le impidieron alcanzar una notable carrera, su juventud y formación estuvieron alejadas de los lujos y las oportunidades de otros políticos atenienses.
Antes de entrar en la política, Esquines desempeñó diversos oficios públicos, incluyendo el de ayudante de secretario (hypogrammateus) y actor, lo que le permitió desarrollar habilidades oratorias que más tarde usaría en sus discursos.
Además, participó como hoplita en varias campañas militares, lo que le permitió consolidar su reputación como un patriota dispuesto a defender los intereses de Atenas.
Esquines inició su carrera política a los 42 años, un poco más tarde que Demóstenes, quien ya era una figura prominente en la Asamblea.
A lo largo de su vida, Esquines se alineó con la corriente moderada, encabezada por Eubulo, que defendía una política de adaptación a la creciente influencia de Filipo II de Macedonia.
En contraste con los líderes más belicistas de Atenas, Esquines abogó por una postura pragmática que buscaba evitar enfrentamientos directos con Macedonia, especialmente después de la caída de Olinto.
Esta postura realista, que se tradujo en su defensa de una “paz común” con Filipo, le valió tanto la admiración de algunos como la enemistad de otros, como Demóstenes, quien veía en las propuestas de Esquines una traición a los intereses atenienses.
A lo largo de su carrera, Esquines participó en diversas embajadas enviadas a Filipo, siendo una de las más importantes la de 346 a.C., en la que se firmó la Paz de Filócrates.
Aunque Esquines defendía la paz con Macedonia, fue acusado por Demóstenes de ser un colaboracionista que aceptaba sobornos de Filipo. A pesar de las acusaciones de corrupción, los sobornos no pudieron ser probados, pero la reputación de Esquines sufrió un golpe considerable.
En la contienda política, la figura de Demóstenes fue creciendo, mientras que la de Esquines se fue debilitando, sobre todo después de la crítica pública de Demóstenes a su actitud frente a Filipo.
A finales de la década de 340 a.C., Esquines se vio atrapado en una lucha política que iba más allá de las diferencias ideológicas, convirtiéndose en una cuestión personal entre él y Demóstenes.
En 344 a.C., Esquines intentó revitalizar su influencia con la llegada de Pitón de Bizancio, quien ofreció revisar los términos de la Paz del 346. Sin embargo, la situación política se estaba tornando cada vez más difícil para él.
La intervención de Macedonia en los asuntos internos de Grecia, especialmente la entrada de Filipo en la Grecia Central exacerbó las tensiones, y Esquines se encontró cada vez más aislado en la política ateniense.
En este contexto, Demóstenes logró presentar a Esquines como un traidor, acusándolo de ser responsable de la entrada de Filipo en Grecia Central, lo que contribuyó a su declive definitivo.
A pesar de los esfuerzos de Esquines por defender su postura, la situación política y militar fue en su contra.
Tras la derrota de Atenas y sus aliados en la Batalla de Queronea en 338 a.C., Esquines continuó desempeñando un papel importante en la diplomacia ateniense, formando parte de una embajada que negociaba las condiciones de paz con Macedonia.
Sin embargo, su reputación nunca se recuperó completamente. En 336 a.C., lanzó su último ataque a Demóstenes en un juicio conocido como Contra Ctesifonte, en el que cuestionaba la concesión de una corona de oro a Demóstenes.
A pesar de su esfuerzo, el juicio resultó en una humillante derrota para Esquines, quien recibió una serie de multas y fue finalmente exiliado a Rodas, donde se dedicó a fundar una escuela de retórica.
La vida de Esquines, marcada por su ambigua postura hacia Filipo, su rivalidad con Demóstenes y sus esfuerzos por salvar los intereses de Atenas mediante la negociación y el compromiso, nos ofrece una lección sobre la política ateniense de la época.
A pesar de su habilidad como orador y su dedicación a Atenas, la fuerza de la retórica y la persuasión de Demóstenes acabaron por eclipsar su carrera, dejándolo con una reputación manchada y una vida marcada por el exilio.
La rivalidad entre ambos oradores refleja no solo las tensiones políticas de la Grecia clásica, sino también el poder de la retórica como herramienta decisiva en la lucha por el poder en la ciudad-estado.
Para analizar más a fondo la posición de Esquines respecto a Filipo, es necesario profundizar en sus dos últimos discursos, observando cómo presenta al monarca e intenta asemejarlo a las costumbres atenienses.
A lo largo de este análisis, se evidencia que los retratos de Filipo que ofrecen Esquines y Demóstenes son diametralmente opuestos.
En el caso de Esquines, Filipo es descrito como un hábil orador, filohelénico y cercano a los atenienses, mientras que, para Demóstenes, es un bárbaro que se niega al diálogo y es enemigo de todo lo que Atenas representa.
Esquines también destaca las cualidades de Filipo en la sobremesa, lo que debe interpretarse en doble sentido: el rey soportaba bien la bebida y sabía llevar la conversación hacia sus propios intereses, una habilidad propia de los simposios atenienses.
En resumen, Filipo es presentado no solo como filohelénico, sino como filoateniense.
Este enfoque de Esquines responde a la situación política de 343 a.C., marcada por dos factores:
la acusación de Demóstenes contra Esquines por aceptar sobornos de Filipo y actuar en contra de los intereses atenienses en la segunda embajada de 346 a.C., y el auge de Demóstenes junto con la oposición antimacedónica en Atenas.
En el discurso Sobre la corona, Demóstenes retrata a Filipo como un bárbaro en constante lucha contra él, en un enfrentamiento que, según Demóstenes, solo podría resolverse con la victoria de Atenas.
Filipo es descrito como alguien ajeno a las costumbres y a la ekklesía ateniense, incapaz de desarrollar habilidades oratorias, y como un gobernante que rechaza la comunicación directa con los embajadores, operando en secreto.
Según Demóstenes, la culpa de los acontecimientos recaía en los políticos atenienses que cayeron en los engaños de Filipo.
En el discurso Sobre la embajada fraudulenta, Filipo es acusado de contratar a embajadores corruptos (como Esquines), quienes engañaban con mentiras que el rey no se atrevía a propagar en su propio beneficio
Demóstenes presenta una figura de Filipo como totalmente ajena al mundo de Atenas. La contraposición entre las imágenes que ambos oradores ofrecen de Filipo es clara y plantea una de las dificultades para los historiadores al interpretar estos hechos históricos.
Esquines, aunque cometió errores durante su carrera política y depositó una confianza excesiva en Filipo (quien no correspondió a sus expectativas), Esquines puede considerarse un político íntegro, realista y leal, cuyo objetivo final era el bienestar de Atenas.
Es un ejemplo de la importancia que muchos oradores atenienses otorgaban a la polis, a pesar de que Filipo no consideraba a Atenas tan crucial, situándola en ocasiones en una posición periférica.