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Hoy hablaremos de un explorador que navegó desde las montañas de Afganistán hasta las costas de Egipto, transformando el conocimiento geográfico del mundo antiguo. Hoy hablaremos de Escílax de Carianda.

La geografía antigua es mucho más que la simple delineación de fronteras y territorios; representa el esfuerzo colectivo de civilizaciones por comprender, dominar y representar el mundo a través de relatos, observaciones empíricas, mitos y exploraciones marítimas.

En el caso griego, este saber se gestó en una cultura eminentemente marina, donde la relación con el Mediterráneo y los océanos determinó el desarrollo de técnicas de navegación, la estructura de los relatos culturales y la propia percepción del espacio.

El dominio marino en el Mediterráneo fue, desde la Edad del Bronce, disputado entre varias talasocracias.

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Los creteses, los micénicos y, posteriormente, los fenicios, conformaron redes complejas de intercambio, donde el comercio y la piratería funcionaban como dos caras de una misma moneda.

Los fenicios, el pueblo marinero por excelencia, aprovecharon sus ventajas técnicas y organizativas para controlar rutas y recursos esenciales, como la madera de cedro y la púrpura, y crear ciudades-estado independientes en perpetua rivalidad.

La Invasión Doria fue clave para desencadenar una reconfiguración de poderes.

Los desplazamientos de pueblos y la destrucción del Imperio hitita abrieron nuevas posibilidades para la expansión fenicia y, más tarde, griega.

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Sin embargo, pese a la intensidad del comercio y los contactos interregionales, las zonas exploradas y conocidas directamente por los navegantes seguían siendo principalmente costeras.

El interior permanecía inaccesible y, en muchos casos, envuelto en narrativas míticas.

Resulta llamativo cómo, incluso en pleno auge comercial, existían áreas sombrías, como la costa africana o zonas del adriático.

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Estas lagunas evidencian la dificultad de acceder a información fiable y el predominio de relatos transmitidos por indígenas o viajeros ocasionales, en ocasiones exagerados o de credibilidad limitada.

Entre los griegos, la representación del mundo habitado estuvo asociada desde antiguo a cosmogonías míticas, en las que la tierra era concebida como un disco rodeado de aguas, articulado por ríos que fluían hacia un océano global.

Las primeras aproximaciones descriptivas provienen no de científicos, sino de poetas y narradores, cuyas narraciones, como las de Homero, mezclaban lo verosímil con lo fantástico.

El resultado fue una geografía difícilmente trazable sobre un mapa.

La reflexión filosófica, principalmente proveniente de la escuela milesia, introdujo una visión más sistemática y naturalista.

Anaximandro concibió la “masa terrestre” suspendida en el espacio, y Hecateo de Mileto realizó las primeras tentativas de enumerar ciudades y puntos geográficos con criterios funcionales, aunque aún dominados por la visión jónica de la tierra.

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Este proceso, sin embargo, fue lento; la disciplina que hoy llamamos geografía científica tardó siglos en consolidarse y solo con Eratóstenes alcanzó criterios de medición sistemática.

Fue en el marco de las grandes colonizaciones griegas cuando la ciencia geográfica comenzó a definirse.

Colonos de Focea, Mileto y otras ciudades instalaron enclaves y potenciarían la exploración de espacios desconocidos para la metrópoli.

La observación rigurosa de costas, ríos, promontorios y la medición en días de navegación sustituyó gradualmente la imprecisión mítica por la descripción práctica.

El proceso de recopilación oral se plasmó en los llamados periplos arcaicos: manuales marinos que ordenaban las referencias geográficas en el orden que se hacían visibles para el navegante costero.

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La morfología de la costa, la localización de bocas fluviales y la identificación de pueblos portuarios constituían los elementos constantes y esenciales de estos textos.

Escílax de Carianda, originario de Caria (Asia Menor), fue probablemente súbdito de Darío I de Persia en la segunda mitad del siglo VI e inicios del V a.C.

Su nombre aparece por primera vez en Heródoto (IV, 44), en el relato de la expedición fluvial y marítima al Indo encargada por Darío alrededor de 510 a.C.:

“Respecto a Asia, la mayor parte de los descubrimientos se llevaron a cabo por orden de Darío, quien, con el propósito de saber… en qué parte del mar desemboca dicho río, despachó a bordo de unos navíos a varios exploradores… entre ellos, a Escílax de Carianda.”

La expedición de Escílax, que habría durado cerca de treinta meses, resultó determinante para vincular las regiones más orientales a las rutas comerciales y militares del Imperio persa.

Las descripciones de Heródoto son sumamente valiosas: el viaje partió de Caspatiro, navegó el río hacia el Oriente y, tras llegar al mar, bordeó por la costa hasta Egipto.

Curiosamente, la presencia de cocodrilos en el Indo llevó a la idea de que este río compartía origen con el Nilo, una conexión mítica subrayada por la sorpresa de Alejandro Magno cuando, siglos después, encontró cocodrilos en el Indo y pensó haber hallado las fuentes del Nilo.

Aunque de la obra original de Escílax solo se conservan “escasos fragmentos”, es suficiente para constatar que su trabajo constituyó un modelo de narración de viajes y rutas.

El periplo (manual de navegación y descripción costera) responde tanto a necesidades prácticas como políticas.

La geografía, por tanto, era instrumento de planificación militar, logística y control sobre rutas comerciales.

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Tal uso se observa en otras civilizaciones (Egipto, Roma, Fenicia), donde la delimitación de rutas, confines y recursos era esencial para el poder estatal.

El Periplo Massaliota y el de Hannón de Cartago son ejemplos paralelos en la tradición periegética mediterránea, en los que la descripción de costas y recursos se convierte en información estratégica para imperios en expansión

Desde el punto de vista formal, el periplo de Escílax tiene un estilo monótono y repetitivo, resultado de la necesidad de registrar, con precisión y orientación práctica, todos los accidentes costeros relevantes para el navegante.

Sin embargo, a través de esa aparente monotonía, el Periplo nos presenta un modelo claro de geografía descriptiva, precursor de la obra de Estrabón y Ptolomeo, que marcará la tradición mediterránea durante siglos.

La singularidad de Escílax reside en haber documentado regiones orientales y rutas fluviales/marítimas anteriormente ignoradas para el mundo griego.

Exploradores como Eutímenes de Marsella, Hannón de Cartago y Piteas ofrecieron descripciones de las costas africanas y septentrionales, contribuyendo a ampliar el espacio conocido y transformar el saber mítico en conocimiento empírico.

Autores como Estrabón y Ptolomeo recogieron y sistematizaron la tradición descriptiva, integrándola en modelos de representación cartográfica y medición de coordenadas, aunque siempre dependientes de testimonios de viajeros y compilaciones textuales.

Aunque no conservamos mapas antiguos atribuidos a Escílax, sí podemos reconstruir hipotéticamente el recorrido de su expedición siguiendo el relato de Heródoto: Salida de Caspatiro (probablemente en la región de Cabul/Pakistán).

Navegación fluvial por el Chanab (afluente del Indo) y descenso hasta la desembocadura en el Mar Arábigo.

Periplo costero bordeando India, Arabia, Mar Rojo hasta Egipto.

Escílax de Carianda representa la síntesis entre la práctica empírica de navegantes y el surgimiento de la geografía como disciplina intelectual.

Su obra fue pionera en la descripción sistemática de costas y rutas, definiendo el género periegético y dejando una marca indeleble en la tradición mediterránea.

La geografía antigua estaba indisolublemente ligada al deseo de dominación y control, al mismo tiempo que a la necesidad de comprensión racional del entorno.