Hoy hablaremos del divorcio y de las formas de terminar con un matrimonio en la antigua Grecia. Dentro hilo.
El matrimonio en la antigua Grecia no constituía una familia por sí solo. Era solo el comienzo; lo que realmente constituía la unión era una descendencia legítima. El divorcio (apopemfis) no era desconocido, y el matrimonio podía romperse.
El divorcio, al igual que el matrimonio, pertenecía al ámbito de lo privado, excepto en casos de adulterio, en los que trascendía al ámbito de lo público.
El adulterio era algo grave para la sociedad, ya que el objetivo era generar hijos legítimos, y un adulterio podía introducir un hijo ilegal en el matrimonio.
El divorcio podía ser solicitado tanto por el hombre como por la mujer, aunque con grandes diferencias. El hombre podía solicitar el divorcio en cualquier momento; solo tenía que devolver a la mujer a su casa paterna.
El único inconveniente era que el marido tenía que devolver la dote que se le había entregado al casarse.
La mujer, por otro lado, podía pedir el divorcio, pero necesitaba el apoyo de parientes masculinos para llevarlo a cabo. El marido era el tutor legal de la esposa y era muy difícil iniciar un proceso de separación contra él.
Es por esto por lo que el número de divorcios iniciados por mujeres era casi inexistente, aunque había casos en los que padres y hermanos ayudaban a la mujer, especialmente en casos de maltrato en el matrimonio o por una mala gestión de la dote de la esposa.
Un divorcio, o una amenaza de divorcio, podían persuadir a un esposo a desistir de su conducta. La dote era entregada al marido por el padre de la mujer y, aunque le pertenecía a ella, era gestionada por el marido. La mujer no podía tener propiedades a su nombre.
La mujer no tenía facilidades para solicitar el divorcio, aunque podía hacerlo. Hay algún caso peculiar como el de Hipáreta, descrito por Plutarco en su obra “Vidas paralelas”.
Hipáreta, mujer de Alcibíades, acusó a su esposo de acostarse con extranjeras y mujeres de la ciudad, y decidió divorciarse refugiándose en casa de su hermano.
Pero Solón había establecido una ley que estipulaba que un hombre que mantenía relaciones sexuales con prostitutas no podía ser acusado de adulterio. Además, el trato con extranjeras era menos dañino, ya que nunca comprometía la legitimidad de la esposa.
Hipáreta se presentó personalmente ante la ley para solicitar el divorcio, pero Alcibíades apareció y se la llevó a casa sin que nadie se opusiera.
De todas formas, aunque el hombre podía solicitar el divorcio por cualquier motivo, el número de divorcios no era muy elevado. Aparte del problema de la dote, que el marido tenía que devolver en su integridad, existía una gran presión social por las costumbres de la época.
Tanto el divorcio como la viudedad no impedían los segundos matrimonios de mujeres en edad de tener hijos.
Existía también la costumbre de que algunos hombres, antes de morir, elegían al futuro marido y guardián de su esposa. Este proceso, extraño a nuestros ojos, podría haber sido una muestra de estima y respeto del marido por la esposa.
Hemos dicho que el matrimonio pertenecía al espacio más privado de la sociedad en la antigua Grecia, aunque tenía relación con la vida social en tanto en cuanto legitimaba el estatus de ciudadano. Es por esto por lo que el adulterio era un problema.
El adúltero era condenado bien con la aporraphanídosis, o sodomización con un rábano por parte del marido engañado hacia el amante de su mujer, o con la depilación del pubis (paratilmós) del hombre que había seducido a la mujer casada.
La depilación púbica era una práctica común femenina en la antigua Grecia, por lo que era algo infamante para un hombre verse depilado, por ejemplo, en el gimnasio (recordemos que el deporte lo practicaban desnudos).
Un hombre depilado era visto como afeminado. El castigo físico, como el del rábano, era para convertir al adúltero en euryproktos (ano ancho), un apelativo insultante aplicado a los homosexuales pasivos.
Estamos hablando de infidelidad de un hombre con una mujer casada. Al hombre casado no se le exigía fidelidad y podía mantener relaciones sexuales con prostitutas, cortesanas, esclavas o muchachos de manera abierta.
Bueno, esto al menos en Atenas. En Esparta, una mujer casada podía tener hijos con otro espartano, sobre todo si este era más fuerte que su esposo. El objetivo era tener hijos de madre y padre espartanos, un “espartiata”, ciudadanos de pleno derecho y soldados de Esparta.
Moicheia significaba algo así como “seducir a la esposa, madre, hija, hermana, sobrina de un ciudadano”. Aunque las leyes contra el adulterio cambiaron con el tiempo, el homicidio en determinados casos relacionados con el adulterio estaba justificado.
Esto quiere decir que el marido podía matar a quien tenía relaciones con su mujer, siempre y cuando hubiera testigos. Este tipo de leyes sobre homicidio justificado son excepciones a la prohibición general del homicidio en la antigua Grecia.
Desde el punto de vista de la ley no importaba si el perpetrador era un seductor, violador o adúltero. Si había testigos, el marido legítimo podía matar.
De todas formas, la seducción era un crimen de mayor gravedad (mucho más que la violación) ya que implicaba una relación durante un cierto periodo de tiempo, en donde el seductor se ganaba el afecto de la mujer y accedía a las posesiones de la familia del marido.
El marido de la mujer adúltera tenía el derecho de matar al seductor, pero no la obligación de hacerlo. Además de matar al amante de la mujer adúltera, podían existir compensaciones monetarias.
Una mujer adúltera era devuelta a casa de su padre y no podía volver a entrar en santuarios ni continuar con sus actividades religiosas públicas.
Esto, que nos puede parecer hoy como un castigo menor, era algo muy importante en la sociedad de la antigua Grecia, ya que eliminaba a la mujer de todos sus derechos cívicos, que prácticamente eran los únicos que poseía.
Con estas prohibiciones situaban a una mujer libre al mismo nivel que una extranjera o hetaira. Una mujer sin la capacidad de producir futuros ciudadanos ni de encontrar prácticamente marido. La eliminación de estos derechos otorgaba a la mujer una vida invivible.
Otro caso de divorcio era la incapacidad de tener hijos. Esta era la causa más habitual de divorcio y siempre se culpaba a la mujer de esto.
No tener hijos después de varios años de matrimonio podía llevar a cabo un divorcio sin necesidad de testigos. Un divorcio que permitía tanto al marido como a la esposa divorciada contraer nuevos matrimonios.
Un divorcio sin motivo no era algo común. Devolver la dote era algo muy serio. Era posible llegar a divorcio por mutuo consentimiento, pero la dote tenía que ser devuelta al padre de ella y podía servir de nuevo en un segundo matrimonio.
Si había hijos en el matrimonio, la dote era traspasada a ellos.
Si el marido moría y dejaba hijos de varias esposas, sus dotes se repartían entre sus respectivos hijos antes de distribuir la herencia entre todos sus herederos. La viuda podía quedarse con sus hijos o regresar con su propia familia.
Si se quedaba con sus hijos, la dote formaba parte del patrimonio heredado por los hijos, pero estos estaban obligados a mantener a su madre. Pero si la mujer regresaba con su familia, podía llevarse su dote con ella.
Si la que fallecía era la mujer, el viudo debía devolver el dinero de la dote a su familia, siempre y cuando el matrimonio no tuviera hijos.
Si los tenía, el marido podía quedarse con la dote y gestionarla, aunque realmente pertenecía a sus hijos y debía mantenerla separada de su propio patrimonio.
La dote, especialmente en familias de clase media o alta, podía ser elevada y constituía no solo dinero, sino posesiones como terrenos o casas.
En el caso de que el marido tuviera que devolver el valor íntegro de la dote al padre de la esposa, podía devolverlo de una sola vez o pagar un interés del 18% anual.
Otra posible causa de divorcio en la antigua Grecia era el caso de ser una hija epiclera, es decir, una hija que no tiene hermanos varones y, por tanto, es heredera del patrimonio familiar.
En el caso de morir el padre, esta heredaba el patrimonio de su progenitor, e incluso la dote de su madre, pero al ser mujer no podía gestionarlo sin un tutor o kyrios (guardián).
Es por esto por lo que un pariente cercano del padre podía reclamarla y gestionar él el patrimonio heredado, pero, para esto, tenía que casarse con ella. En el caso de estar casado, podía solicitar el divorcio de su actual esposa para casarse con la epiclera.
El familiar del padre podía entonces divorciarse de su esposa, devolver su dote y casarse con la hija epiclera, quedándose con la dote de esta y su herencia.
Todo esto en el caso de que la hija epiclera no tuviera hijos, ya que, si los tenía, tanto la herencia como la dote de su madre les pertenecía a ellos. Estos matrimonios y divorcios por una hija epiclera no eran algo habitual.
Estas costumbres pueden parecernos injustas y no tienen cabida en nuestra sociedad actual, pero el conocerlas nos ayuda a intentar saber de dónde venimos y porqué hoy somos como somos.