Hoy hablaremos de un concepto un tanto confuso en la religión griega antigua. Hoy hablaremos de los démones.
Comprender lo que los griegos antiguos llamaban daimones o démones puede resultar confuso, ya que se trata de entidades con características imprecisas cuyo significado varía a lo largo del tiempo en la religión, la filosofía y la literatura griega antigua.
Etimológicamente, la palabra “daimon” se relaciona con el verbo “daio” (repartir), lo que podría interpretarse como aquel que distribuye lo que le corresponde a cada individuo en la vida.
En los primeros textos griegos, ya encontramos referencias a los daimones, generalmente en plural, para describir las manifestaciones de los dioses, especialmente cuando estas manifestaciones interfieren en asuntos humanos.
En particular, cuando el autor no puede o no desea identificar a qué divinidad se refiere, suele emplearse el término “daimon”. De esta manera, se sugiere que una persona está siendo influenciada por la intervención divina.
Homero, en la “Ilíada”, utiliza la expresión “semejante a un daimon” para describir la fuerza con la que un individuo actúa. Por ejemplo, en el canto V, cuando Diomedes y Eneas se enfrentan, Homero escribe:
“Por cuarta vez le acometió, semejante a un daimon, lo increpó con aterradoras voces y le dijo el protector de Apolo. ¡Reflexiona, Tidia, y repliégate! No pretendas tener designios iguales a los dioses” (Ilíada V 438).
El error de Diomedes radica en intentar luchar como un daimon sin considerar la fragilidad humana, ya que los hombres nunca serán iguales a los dioses.
“Conócete a ti mismo”, es el lema que se encontraba en la entrada del oráculo de Delfos, y refleja precisamente este concepto. Otro ejemplo es cuando Aquiles intenta matar a Héctor, pero no puede hacerlo debido a la protección de Apolo.
Y cuando, semejante a un daimon, arremetía por cuarta vez, increpó el héroe Héctor (Ilíada XX 438)
Además, se utilizan verbos como “daimonizo” o “daimonado” para referirse a alguien que se comporta de manera inusual, como si estuviera poseído.
A menudo, en las traducciones al castellano, se emplea la palabra “dios” en lugar de “daimon”, pero en el griego original, se distinguen claramente.
La palabra “daimon” reemplaza a “theos” (Dios) en casos que destacan la intervención directa en la acción y cuando el narrador suele desconocer la identidad del dios involucrado.
No se trata de que un daimon sea algo diferente a un dios (que no necesariamente debe ser un dios olímpico), sino de diferentes aspectos de la actuación de la divinidad.
Por otro lado, Hesíodo concibe a los daimones de manera muy distinta a la concepción homérica.
Para Hesíodo, los daimones son seres que nacieron mortales en épocas remotas, pero los dioses les concedieron el privilegio de convertirse en una especie intermedia entre dioses y hombres.
Los daimones hesiódicos actúan como guardianes y distribuidores de la riqueza entre los seres humanos. Esta concepción de los daimones terminaría siendo predominante.
Empédocles de Agrigento, el filósofo presocrático, asemeja el daimon al concepto de alma, aunque no el alma de todos los seres. Es un alma que, en ciertas ocasiones, puede transmigrar a otro ser después de la muerte.
El Papiro de Derveni, un antiguo manuscrito del siglo IV a.C. encontrado en la ciudad de Derveni en Macedonia, Grecia, contiene un comentario filosófico sobre un poema religioso órfico.
En este papiro se presenta una doctrina filosófica sobre los daimones que marca un nuevo enfoque para considerar a estas entidades. Se sugiere que existe un daimon para cada persona, ya sea benévolo o vengador, una suerte de elemento divino asignado por los dioses.
Esto explica por qué algunas personas pueden tener una buena o mala sombra en su carácter, una característica no elegida por los dioses y sobre la cual no tenemos control.
En términos modernos, esto podría compararse con conceptos como la “mala suerte” o “malage” (que viene de “mal angel”).
La parte negativa de este concepto es lo que ha perdurado en la concepción moderna de los “demonios” como entidades malignas, a pesar de que el concepto de los daimones en la antigua Grecia era mucho más diverso y complejo.
El papiro de Derveni también menciona que durante la transición de las almas hacia el más allá, algunas almas se convierten en daimones que obstaculizan el camino de otras almas.
Las invocaciones y sacrificios pueden aplacar a estos daimones perturbadores, cambiando así su ubicación. Estos daimones actúan como intermediarios entre dioses y humanos.
Diógenes Laercio, en su obra “Vidas y opiniones de los filósofos ilustres”, al hablar de Pitágoras y los pitagóricos, dice lo siguiente:
“Todo el aire está repleto de almas. Ya ellos las denomina daimones y héroes. Y estos son quienes envían a los humanos los sueños y los indicios de salud y enfermedad, y no solo a los humanos, sino también a los corderos y a las demás bestias” (Diógenes Laercio 8.32).
Esto se interpreta como que Pitágoras identificaba a los daimones con las almas de los muertos, similar a lo planteado en el papiro de Derveni. La influencia del culto misterio en la filosofía pitagórica es considerable.
Los daimones son considerados seres intermedios que pueden actuar como guardianes de los ritos sagrados o como vengadores de los arrogantes y culpables de actos de injusticia.
Platón se refiere a los daimones en diversas ocasiones, a veces con un sentido similar al del papiro de Derveni. En la “República”, Platón menciona:
“Dioses, daimones, héroes y demás seres del Hades” (República 392a).
En el “Fedón”, Sócrates habla de que cada persona tiene un daimon asignado al azar que se encarga de acompañarla al Hades cuando muere. En el “Banquete”, cuando Sócrates habla de la opinión de Diotima de Mantinea sobre Eros, califica a Eros como un daimon.
Eros es presentado como hijo de Penia (personificación de la pobreza) y Poros (el recurso, en el sentido de capacidad o posibilidad de obtener). Aunque Eros carece de muchas cosas, busca y obtiene lo que necesita.
Esto representa al filósofo que, en su búsqueda de sabiduría, nunca alcanza la plenitud de conocimiento.
Heródoto, en su obra “Vida de Homero” (obra carente de validez histórica), muestra a Homero como un modelo de sabio y poeta héroe.
En este contexto, Heródoto enumera a cinco kakodaimona, es decir, daimones malignos responsables de los defectos en la cocción y el secado de la cerámica que los alfareros conocían.
Estos cinco daimones malignos son: Síntribe (el que rompe la cerámica), Esmárago (el que revienta las piezas), Ásbeto (el que eleva en exceso la temperatura del horno), Ábacto (el que causa el hundimiento de los pisos inferiores del horno) y Omódamo (el que raja el barro crudo).
La acción malévola de estos genios malignos solo podía contrarrestarse mediante plegarias.
Como vemos los daimones son un concepto que evolucionó adoptando diversas interpretaciones y significados.
Desde ser considerados intermediarios entre dioses y humanos hasta ser vistos como almas de los muertos o guardianes personales, los daimones desempeñaron un papel fundamental en la comprensión de la relación entre lo divino y lo humano en la antigua Grecia.
Su versatilidad y riqueza conceptual hacen que el estudio de los daimones sea un campo en constante evolución y un testimonio de la riqueza de la mitología y la filosofía griegas.