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Hoy hablaremos de Corinto y de un extraño culto, la prostitución sagrada.

Corinto siempre fue una zona de paso. Era la forma natural y única de moverse por tierra entre el Peloponeso y la Grecia central. Geográficamente, Corinto es un istmo, una lengua de tierra que une dos continentes o una península con un continente.

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Esta situación favoreció el asentamiento de poblaciones desde períodos prehistóricos. La actividad de sus puertos impulsó su crecimiento, muy superior al de la mayoría de las ciudades-estado durante la época arcaica.

Esto generó la aparición de numerosos lugares de culto, como el santuario de Afrodita en Acrocorinto y el santuario de Istmia, consagrado a Poseidón, donde se celebraban uno de los cuatro juegos deportivos más importantes de la antigua Grecia: los Juegos Ístmicos.

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Según algunos mitos, el héroe ateniense Teseo fundó estos juegos en honor a Poseidón para rivalizar con los Juegos Olímpicos.

Dejando de lado las leyendas, los primeros juegos ístmicos se celebraron en el 582 a.C. y tenían lugar cada dos años, en la primavera del segundo y cuarto año de cada ciclo olímpico.

Estos juegos eran panhelénicos, abiertos a todos los habitantes de la Hélade. Inicialmente consistían en carreras de caballos, pero con el tiempo se añadieron otras modalidades deportivas como carreras a pie, pugilato, pancracio y pentatlón.

En sus primeras ediciones, los campeones recibían coronas de pino, pero a partir del siglo V a.C., se empezaron a otorgar coronas de apio, siguiendo el ejemplo de los juegos nemeos.

La ubicación estratégica de Corinto y la relevancia de sus juegos deportivos convirtieron al santuario de Istmia en un punto de encuentro esencial para los griegos desde la época clásica.

Corinto jugó un papel crucial en las guerras médicas, ya que la Liga Helénica, una alianza defensiva contra la invasión persa en la segunda guerra médica, construyó un muro en Corinto para proteger la entrada terrestre al Peloponeso y resguardar los tesoros del templo de Istmia.

Esta estrategia generó tensiones entre los miembros de la liga, ya que implicaba, de facto, la entrega de Atenas al enemigo, lo que ocurrió cuando la ciudad fue destruida por Jerjes.

Más tarde, Corinto se alineó con Esparta durante la guerra del Peloponeso, y los juegos ístmicos continuaron celebrándose cada dos años sin interrupciones.

Durante la tregua sagrada, atletas atenienses también participaron en estas competiciones, a pesar de que Corinto estaba del lado espartano.

Bajo el dominio macedonio, Corinto y su santuario siguieron prosperando. Tras la batalla de Queronea, en la que Filipo II de Macedonia derrotó a Atenas, Macedonia estableció su dominio sobre la mayoría de las polis griegas.

Corinto se convirtió en la sede de la Liga de Corinto, una nueva liga panhelénica creada por Filipo II.

El templo de Istmia también se utilizó por los sucesores de Alejandro durante las guerras de los Diádocos como un símbolo de la unidad cultural griega.

Cuando Roma llegó a la Grecia continental bajo el mando de Tito Quinto Flaminio, este general empleó la celebración de los Juegos Ístmicos para “conceder la libertad” a los estados griegos previamente controlados por Macedonia.

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Posteriormente, Lucio Mumio destruyó completamente la ciudad de Corinto en 146 a.C., ordenando la reconstrucción del recinto sagrado. Los juegos continuaron celebrándose, aunque su administración pasó a manos de la ciudad vecina de Sición.

En el 44 a.C., Julio César rebautizó la ciudad como Colonia Laus Julia Corinthiensis, y los juegos se restablecieron en el istmo hasta mediados del siglo I d.C. bajo el reinado de Nerón.

Nerón pronunció un discurso que afirmaba que los estados griegos recuperarían su libertad y estarían exentos de impuestos romanos, buscando obtener elogios similares a los que recibió Tito Quinto Flaminio en 146 a.C. Esta política restauró parte del prestigio al santuario y a los juegos.

Sin embargo, los terremotos de 350, seguidos por saqueos de las tropas visigodas de Alarico en 395 y la persecución religiosa decretada por los emperadores romanos Valente y Teodosio, llevaron al fin de toda actividad en el santuario.

Además del santuario de Istmia, se encontraba el santuario de Afrodita, conocido como Acrocorinto, situado en una colina cercana a la ciudad, que servía como acrópolis.

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En este santuario se mencionan prácticas relacionadas con la llamada prostitución sagrada, que implica la presencia de esclavas sexuales dedicadas a la diosa Afrodita.

La existencia de esta prostitución sagrada es objeto de debate entre historiadores y arqueólogos, y su veracidad no está clara.

Heródoto, en el siglo V a.C., menciona prácticas similares en otros templos dedicados a Afrodita en Oriente Próximo, como en Babilonia. En esas regiones, existía la diosa Ishtar, vinculada con el amor, la belleza y la fertilidad, una deidad similar a Afrodita.

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Este sincretismo probablemente se produjo ya en el siglo IX a.C. Heródoto relata que, en Babilonia, toda mujer mesopotámica debía acudir al templo de Afrodita antes de contraer matrimonio y yacer con un extraño a cambio de una cantidad de dinero.

Las más bellas eran seleccionadas rápidamente, mientras que las menos agraciadas permanecían en el templo entre tres y cuatro años, esperando ser elegidas.

El geógrafo griego Estrabón, en el siglo I a.C., narra un relato similar en Babilonia, donde las mujeres acudían al templo en una gran multitud y eran coronadas con una cuerda antes de que un hombre se acercara y pagara por ellas.

Es notable que autores separados por el tiempo, como Heródoto y Estrabón (siglo V a. C. - siglo I a. C.), documenten estos ritos sexuales.

Los hallazgos arqueológicos confirman la existencia de un importante templo dedicado a Afrodita en Corinto, que durante la época clásica era uno de los centros de culto más relevantes de la ciudad, como quedó patente en las Guerra Médicas.

Según las fuentes, en los momentos previos a la batalla de Salamina, después de la derrota griega en las Termópilas, las mujeres corintias acudieron al templo de Afrodita para implorar a la diosa que inspirara a sus maridos el deseo de luchar.

Estas plegarias están grabadas en epígrafes hallados en estatuas de bronce en el templo.

Aquí yacen estas mujeres que, en su inspiración, elevaron una plegaria a Cipris (Afrodita) por los griegos y ciudadanos que sostuvieron la campal batalla. Y es que Afrodita meditó no entregar a los arqueros medos una acrópolis de griegos.

Con todo esto, es comprensible que se haya considerado tradicionalmente como prueba de la existencia de ritos sexuales relacionados con Afrodita, aunque no existen pruebas claras sobre la existencia de una prostitución sagrada.

Lo que sí parece evidente es que la prostitución era una actividad notablemente extendida en Corinto, especialmente por su naturaleza de ciudad mercantil y sus dos grandes puertos.

Sí que había una participación significativa de las mujeres en la vida religiosa y cultural, pero no necesariamente como parte de los cultos a Afrodita. La prostitución era un oficio extendido y normalizado en toda la antigua Grecia.

Por un lado, estaban las pórnai o prostitutas de bajo escalafón, que pertenecían a un proxeneta, quien recibía parte de sus ganancias y debía pagar un impuesto estatal. Estos ingresos de los proxenetas eran considerados como cualquier otra fuente de ingresos.

Las mujeres dedicadas a la prostitución solían ser de origen bárbaro (los griegos consideraban bárbaras a las culturas diferentes a la griega) o abandonadas por sus padres. Rara vez se encontraban hombres en esta situación.

Las pórnai trabajaban en los suburbios o en burdeles asignados por las autoridades. Se atribuye a Solón la creación en Atenas de burdeles estatales a precios moderados.

También existían prostitutas propiedad del Estado, registradas como tales en los censos. Todo esto no era algo exclusivo de Corinto. Además de las pórnai, había heteras o heterai.

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Estas no eran estrictamente prostitutas, sino mujeres refinadas y cultas que trabajaban por cuenta propia, sin proxeneta, y sus servicios no eran exclusivamente sexuales.

Su principal función era la compañía y la conversación, y en algunos casos, las relaciones sexuales, pero esto no era lo más importante. La relación entre una hetera y su cliente no siempre incluía relaciones sexuales.

Una de las evidencias en contra de la prostitución sagrada en Corinto (y en otras regiones de Grecia) es que vincular el sexo con la religión estaba mal visto. Practicar sexo en un templo griego contradecía ciertas prescripciones tradicionales.

Lo que sí era común era la celebración de grandes convites en los que podían asistir heteras con sus acompañantes. Sin embargo, no hay pruebas que demuestren que estas heteras participaran en prácticas sexuales ceremoniales.

En resumen, la prostitución en Corinto parece haber sido una actividad laica realizada en los alrededores del templo, pero no como parte de su culto.

Fuente: El hogar de los dioses: Oráculos y santuarios de la Antigua Grecia (Javier Jara)