Hoy hablaremos de la cultura y religión griega en el periodo arcaico, el tiempo en el que se fraguó una cultura que pervive hoy, veinticinco siglos después. Dentro hilo.
Lo que denominamos antigua Grecia es un periodo que abarca desde 1200 hasta el 146 a. C. En el 146 a. C. se produce la batalla de Corinto, en la que se enfrentan la República Romana, a manos de Lucio Mumio, contra la ciudad estado griega de Corinto y sus aliados de la Liga Aquea.
Mumio asedió la polis de Corinto y la terminó destruyendo, matando a todos los hombres y vendiendo como esclavos a las mujeres y a los niños (algo relativamente normal en las batallas de la antigüedad).
Esta victoria anexionó los territorios de la Grecia continental al Imperio Romano, consolidando el poder de Roma en la región.
Grecia se convirtió en parte del mundo Romano, pero su cultura continuará ejerciendo una gran influencia en el imperio, formando lo que hoy conocemos como cultura clásica.
De todas formas, quedaban algunos reductos griegos independientes de Roma, como era el caso de Alejandría en Egipto, donde Claudio Ptolomeo, general de Alejandro, había establecido una dinastía desde la muerte de este.
Egipto se mantuvo independiente, mientras que todas las dinastías helenísticas iban desapareciendo o eran asimiladas por Roma, hasta la muerte de Cleopatra VII (Thea Filopator) en agosto del 30 a. C., cuando Octavio Augusto vence a Marco Antonio en la batalla de Actium.
Egipto pasa a ser parte de Roma. Es por esto por lo que algunos autores marcan como el fin de la antigua Grecia en el 30 a. C. en lugar del 146 a. C.
Lo que conocemos cómo antigua Grecia se divide en cuatro periodos. Primero está el periodo oscuro, que va desde el colapso de la civilización micénica, más o menos sobre el 1200 a. C., hasta el 750 a. C., y que coincide con el paso del hierro al bronce.
El periodo oscuro es un periodo que se denomina así porque no hay muchos datos ni fuentes. Después llega lo que denominamos periodo arcaico, desde el 750 al 500 a. C.
En este periodo se asientan las diferentes ciudades estado, unas ciudades independientes y autosuficientes gobernadas por incipientes monarquías. Algunas polis, como Atenas, comienzan una transición a un novedoso régimen de gobierno, como es la democracia.
Entre el 500 y el 323 a. C. es lo que se conoce como el periodo clásico, y es allí donde se crean las grandes obras que todos asociamos con el mundo griego, como el Partenón.
Es aquí donde transcurren las Guerras Médicas contra Persia y la Guerra del Peloponeso entre las dos principales potencias (Atenas y Esparta), junto con los aliados de una y otra.
Tras esta guerra, ambas potencias quedan muy debilitadas, incluso la vencedora de la guerra, Esparta. La tercera potencia, Tebas, toma temporalmente el relevo en la hegemonía griega, pero tras morir su principal dirigente, el general Epaminondas, cae también.
El sueño de unidad entre las polis se desvanece y es curioso que se termina consiguiendo, en cierta manera, a manos de una polis, considerada como menos griega que el resto, incluso bárbara, como era Macedonia.
Filipo II de Macedonia, termina sometiendo al mundo griego, formando la denominada liga helénica o liga de Corinto.
Las polis independientes, algunas de ellas, incluso con regímenes democráticos, pasan a ser parte de una entidad superior como lo era el estado macedonio, que era una monarquía como las que habían existido en la época arcaica.
A Filipo le sucede su hijo Alejandro que hace realidad el sueño de su padre de conquistar Persia. Alejandro, en 10 años de campaña militar, conquista la integridad de la Persia aqueménida, e incluso los territorios de la zona irania y la India.
El mundo griego había trascendido de lo que hoy conocemos como la Grecia continental, el sur de Italia y la costa turca en el mar Egeo, a todo el mundo conocido y más.
Tras la muerte de Alejandro sin dejar un sucesor, sus generales se reparten el imperio, estableciendo diferentes dinastías que terminarán desapareciendo con los años por sus luchas internas o absorbidas por Roma.
Este último periodo, que va desde la muerte de Alejandro hasta el final de la antigua Grecia, es lo que se denomina el periodo helenístico, que abarca desde el 323 a. C. hasta el 146, o el 30 a. C., según decidamos.
Muchas veces, cuando pensamos en la cultura griega estamos pensando en la cultura griega de la época clásica, pero todo esto se fragua en la época arcaica (de la época oscura, como hemos mencionado, no tenemos muchos datos).
En esta época se escriben las obras de Homero y Hesíodo, creando la cultura y la religión griega. Durante el siglo VII a. C. se dibuja la dicotomía de los dos grandes fermentos de la religión y cultura griega:
la religión de Apolo, con el predominio del Santuario de Delfos, y la religión dionisíaca, emparentada con el orfismo y el pitagorismo.
En el periodo arcaico la estructura social es la siguiente: unos nobles a la cabeza y el pueblo en la base. Delfos es el gran santuario aristocrático con su conocida máxima en la entrada de “Conócete a ti mismo”.
Una máxima que recordaba a los que acudían al santuario a pedir consejo a los dioses su lugar en el mundo. Su estatus de mortales ante unos dioses inmortales, incluso su estatus social. Cada persona era quién era y no podía pretender ser más.
Por otro lado, tenemos el movimiento dionisíaco con una gran raigambre popular. Mientras que Apolo y Delfos insisten en el abismo que separa al hombre de dios, Dionisio se centra en los lazos íntimos que los unen.
El rito y la tradición délfica frente al sentimentalismo dionisíaco.
En la religiosidad apolínea lo que podríamos denominar como su “pecado original” sería la hybris, un concepto que puede traducirse como la desmesura del orgullo y la arrogancia, y representa la transgresión de las limitaciones que el dios ha impuesto al mortal.
Por otro lado, Dioniso promete la liberación de las cadenas del cuerpo. Pretende salvar al hombre, mientras que Apolo mantiene la distancia con el dios.
En la época arcaica se pasa de una cultura del pundonor a una cultura de la culpabilidad. A pesar de que en la obra de Homero no se aprecia el sentido de pecado, en el mundo arcaico, se percibe un sentimiento de culpabilidad humana ante dios.
El hombre, en la época arcaica se siente desvalido, inseguro ante unos dioses, que son hostiles, y para los que un éxito excesivo puede desencadenar reacciones desfavorables hacia los hombres, algo que podríamos denominar como la “envidia de los dioses”.
En el periodo arcaico esta idea se vuelve obsesiva en el hombre. Los dioses castigan la insolencia de los hombres con una justa reacción divina, la némesis, que impone un castigo al hombre por su conducta.
Zeus, la gran divinidad del panteón griego, se convierte en el garante de la justicia. Hesíodo presenta la justicia como la hija de Zeus. Los hombres tienen sed de justicia, de diké.
Toda hybris, en la mentalidad arcaica, merece un castigo. Si ese castigo no lo puede pagar el culpable, este pasa a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Esta condena presenta una serie de problemas éticos en los que inocentes son castigados por la culpa de sus antecesores. El orfismo, y, por consiguiente, la religión Dionisiaca, intentará superar esta aporía.
Un hombre se percibe como efímero. Mientras un cordero siempre es un cordero, un hombre se define por lo que quiere ser a lo largo del tiempo. Este concepto resurge en el siglo XX con el historicismo, donde se sostiene que el hombre no posee naturaleza, sino historia.
Homero idealiza a los dioses y sus luchas, dotándolos de un aire romántico, sobre todo en la Ilíada.
Muestra un pasado (los hechos que narra en la Ilíada se sitúan en la civilización micénica, antes de la antigua Grecia) más grandioso que el presente. Sus héroes son más valientes y esforzados que los seres contemporáneos.
La Odisea es menos romántica y más realista. El ideal humano se dirige ahora a lo práctico, como salvar la vida. En ambos relatos, Homero no nos muestra la idea de una misión religioso-ético en su poesía, ni una idea de rebeldía contra los ideales vigentes.
Hesíodo, por otro lado, es un pensador independiente y presenta una actitud de rebeldía frente a los ideales anteriores. Se pasa de las creencias a las ideas. La religión griega en la época arcaica fue un elemento fundamental en la vida social, cultural y artística en la época.
Las obras de Homero y Hesíodo establecen las relaciones entre los dioses y los mortales y jugarán un papel crucial en la religiosidad griega. Una religiosidad que pervive hoy en día, veinticinco siglos después, en nuestro imaginario colectivo.